miércoles, 27 de enero de 2010

¿Adónde vas, Señor?




“¿Adónde vas, Señor?” (cfr. Jn 16, 5-11). La pregunta que los discípulos no se atreven a hacer, pero que está en sus corazones, la percibe Jesús, al darse cuenta que sus discípulos se han entristecido luego de anunciarles su partida. Jesús está a punto de cumplir su misterio pascual, está a punto de subir a la cruz, les anuncia esto a sus discípulos, y estos se entristecen, pero no se animan a preguntar a Jesús adónde va.
Cuenta la Tradición que Pedro, desanimado por las tribulaciones luego de la muerte en cruz de Jesús, salía de Roma, con la intención de abandonar la ciudad y de abandonar también la misión encomendada por Jesús. Según la misma Tradición, Jesús, con la cruz a cuestas, se apareció a Pedro, que abandonaba Roma y Pedro, viéndolo, le preguntó: “Quo vadis, Domine?”, es decir, “¿A dónde vas, Señor?” Jesús le contestó: “Voy a Roma, a ser crucificado nuevamente, porque mis discípulos me han abandonado”. Pedro comprendió que quien lo abandonaba era él, y regresó a Roma, donde luego murió mártir.
“Quo vadis, Domine?”, “¿A dónde vas, Señor?”, es la misma pregunta que los discípulos quieren hacer a Jesús, pero no se atreven, tal vez porque intuyen la respuesta: Jesús va al Padre, y retornará y enviará al Espíritu Santo, pero la ida al Padre es por la cruz y el envío del Espíritu es por medio de la efusión de sangre de su corazón traspasado en la cruz. La angustia de los discípulos está doblemente motivada: por la ausencia de Jesús y por la cruz. No bastan las promesas de Jesús de ser consolados por el envío del Espíritu y por su regreso; los discípulos están angustiados por la cruz y esa angustia se refleja en sus rostros y es advertida por Jesús: “Ninguno de ustedes me pregunta adónde voy, pero se han entristecido porque les he dicho que me voy”.
“Quo vadis, Domine?”, es decir, “¿A dónde vas, Señor?”, es la misma pregunta que muchos cristianos, frente a la tribulación, formulan sin hablar. O, mejor dicho, muchos dicen: “¿A dónde te has ido, Señor, que me has abandonado?” Frente a la cruz y a la tribulación de la vida, el alma experimenta una inexpresable sensación de abandono, tal vez como una participación a la sensación de abandono experimentada por Jesús momentos antes de morir en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?” “¿A dónde te has ido, Señor, porqué me has abandonado?”, estamos tentados de decir ante el dolor de la cruz, ante la angustia de la tribulación.
“Quo vadis, Domine?”, pregunta Pedro, sin darse cuenta de que escapa a la cruz; “¿A dónde vas, Señor?”, preguntan sin hablar los discípulos, temiendo a la cruz que se avecina; “¿A dónde te has ido, Señor?”, preguntamos muchas veces los cristianos repitiendo, sin darnos cuenta, la huida de la cruz de Pedro y de los discípulos.
“Me fui, pero volví, y estoy vivo en el sacramento del altar; me fui, pero estoy con mi Espíritu en mi Iglesia, en medio vuestro y dentro vuestro; me fui, pero nunca os dejé solos. Estoy vivo y resucitado en la Eucaristía, para acompañaros en la tribulación y en la cruz de la vida. No os entristezcáis, más bien, alegraos, porque la tribulación es señal de predestinación a la alegría eterna”.

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