lunes, 8 de febrero de 2010

Cristo nos invita a participar del amargo Cáliz de su Pasión


“¿Podéis beber de mi cáliz?” “Podemos”, le contestan los hermanos (cfr. Mt 20, 17-28) y con esa pregunta y con esa respuesta, Jesús da por finalizada la egoísta disputa que se había inciado entre los discípulos. Jesús les hablaba de su Pasión, muerte y resurrección, les estaba revelando los misterios de su Sagrado Corazón, los estaba preparando para los acontecimientos más importantes para toda la humanidad, su cruz y su resurrección, y los discípulos, como si nada escucharan, se enfrascan en una inútil y mezquina discusión acerca de quién es el más grande entre ellos. La discusión de los discípulos demuestra que los discípulos nada han comprendido acerca de lo que Jesús les ha dicho, sobre su misterio pascual –el Hijo del hombre sufrirá mucho, será crucificado, morirá y resucitará al tercer día- y que tienen de Jesús y de su misión una visión puramente humana. No se dan cuenta de la enorme trascendencia de lo que está por suceder, no se dan cuenta de que se encuentran frente al Hijo eterno del Padre, encarnado, que está por derramar su sangre y entregar su vida en el supremo sacrificio de la cruz, para salvar a toda la humanidad, para convertir a la humanidad en una nueva creación, la humanidad de los hijos de Dios. Jesús les está anunciando que el Hijo de Dios va a morir en la cruz para que ellos sean hijos de Dios, y ellos se pelean por puestos que ni siquiera existen ni tienen importancia a los ojos de Dios. En vez de prepararse espiritualmente para acompañar a Jesús al sacrificio del Calvario, en vez de preparse para ser insultados por ser discípulos de Jesucristo, se ponen a discutir inútilmente acerca de quién es el más grande.
Para que los discípulos tomen conciencia de la inutilidad de sus pretensiones –que también es pretensión de la madre de los dos hermanos-, es que les hace ver que lo que importa es que estén decididos a participar de su cruz. Todo está por cambiar, el gran signo del cielo, el signo de la cruz, está por aparecer cuando el Hijo del hombre sea elevado en la cruz, y los discípulos se tienen que preparar para esto y no para vanidades humanas. Jesús los invita a beber el amargo cáliz de la Pasión, que nada tiene que ver con los honores y glorias mundanas.
A nosotros también nos invita, en el convite eucarístico, a participar de su Pasión, a beber del cáliz de su sangre, el cáliz amargo de la Pasión, el cáliz del abandono de Dios y de los hombres, el cáliz de la negación de nuestra naturaleza caída y el surgimiento de nuestra nueva naturaleza de hijos de Dios.
Es para eso para lo cual nos invita diariamente a la renovación de su muerte en cruz sobre el altar, y por eso también a nosotros nos pregunta, para que nos demos cuenta de la superficialidad y vanidad de nuestros pensamientos humanos, si podemos beber del cáliz de su Pasión, si podemos comer su cuerpo, triturado en la Pasión, para que, participando de las amarguras de su Pasión en esta vida, lleguemos a participar de sus alegrías eternas en la otra.

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