jueves, 10 de junio de 2010

La Eucaristía y el Sagrado Corazón de Jesús


Jesús se le aparece a Santa Margarita María como el Sagrado Corazón. En su mano se encuentra su corazón, el cual es “más brillante que el sol” y “más transparente que el cristal”; en él se ve la herida producida por la lanza, y se encuentra rodeado de una corona de espinas, con una cruz encima, y envuelto en llamas.
Nuestro Señor concede a Santa Margarita María un privilegio que a pocos concede: una aparición suya, una manifestación visible y sensible, lo cual es fuente de consuelos y de alegría en momentos de tribulación y de lucha. El privilegio concedido a Santa Margarita María es excepcional, ya que son contados los bautizados dentro de la Iglesia Católica a quienes se les brinda una manifestación visible del Señor, y aún más, son muchos menos quienes reciben una revelación tan trascendente y tan importante como la del Sagrado Corazón, destinada a toda la Iglesia Universal. La aparición y las posteriores revelaciones del Sagrado Corazón constituyen un inmenso don a quien lo recibe, en este caso, Santa Margarita María, y si bien ni dependen de la santidad de quien lo recibe –por el contrario, Santa Margarita fue elegida por su pequeñez-, ni hacen por sí mismas santas a las personas que las reciben, sí es cierto que, en casos de apariciones como estas, quienes la recibieron fueron luego santos.
Los privilegios y beneficios espirituales otorgados a Santa Margarita María son innumerables y de gran magnitud, sin embargo, son casi igual a nada, si se comparan con el don inestimable de la Eucaristía.
En la Eucaristía, Cristo no nos entrega una imagen de su corazón, como en la aparición, sino que nos entrega a su mismo Corazón Eucarístico, vivo, palpitante, glorioso y resucitado.
En la aparición, Cristo muestra un corazón “más brillante que el sol”, queriendo indicar con esta imagen luminosa a la Gracia Increada, que es Él mismo, pero en la Eucaristía, no nos da una imagen de esa Gracia Increada, sino que se nos dona Él en Persona, que es la Gracia Increada en sí misma.
En la aparición, Jesús muestra a su Corazón rodeado de espinas y con una cruz encima de él; en la Eucaristía, Cristo nos hace partícipes del dolor y de la amargura que experimentó su Sagrado Corazón en el Huerto y en el Calvario.
En la aparición, el Sagrado Corazón aparece envuelto en llamas, indicando con este fuego al Amor divino, el Espíritu Santo, pero no deja de ser sólo una imagen del Espíritu de Dios; en la Eucaristía, Cristo, junto al Padre, nos sopla al Espíritu Santo, el cual viene desde el cielo como un pequeño Pentecostés, para incendiar nuestros corazones en el amor de Dios.
Quien recibe la Eucaristía, recibe algo mucho más grande que una manifestación visible del Sagrado Corazón: recibe al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y a Jesús en Persona.

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