jueves, 5 de agosto de 2010

Cada comunión es un encuentro con Jesús




“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (cfr. Lc 12, 32-48). La advertencia de Jesús va dirigida a toda la humanidad, por un doble motivo: porque Él vendrá al fin de los tiempos, en el Día del Juicio Final, y porque viene en la muerte personal de cada uno, y como no sabemos cuándo hemos de morir, su venida para nosotros, aunque no sea el Día del Juicio Final, será inesperada.

Para graficar esta doble venida –en el día de nuestra muerte personal, particular, y en el Día del Juicio Universal, en el que vendrá como Justo Juez para juzgar a toda la humanidad-, Jesús utiliza la imagen de un señor –el dueño de casa- que asiste a unas bodas, y que regresa a la noche, y es esperado por sus sirvientes, con las velas encendidas. La escena está llena de significado sobrenatural, ya que cada imagen representa una realidad sobrenatural: el dueño de casa es el mismo Jesucristo, Dios Hijo, que asiste a unas bodas, como el Esposo, ya que por su Encarnación, se ha convertido en el Esposo de la humanidad; la noche es el fin de los tiempos, el Día del Juicio Final, en donde no habrá más luz creada, ni artificial, ni natural, porque será un día de prueba, en donde el sol no brillará, pero la noche es también el momento de la muerte de cada uno: en la muerte, los ojos del cuerpo se cierran, y el alma no es iluminada ni por la luz eléctrica, ni por la luz del sol: el alma está en tinieblas, hasta que es juzgada, en el juicio particular, por Cristo Dios; los sirvientes que esperan al dueño de casa somos nosotros, los bautizados en la Iglesia Católica: cuando llegue el dueño de casa, es decir, el Dueño de las almas, Jesucristo, no podemos estar dormidos, sino que debemos estar vigiles, despiertos, conscientes de Su Venida, para recibirlo con un corazón limpio y con obras de misericordia; las velas encendidas de los sirvientes, representan tanto la gracia que ilumina al alma, como la compasión y la misericordia para con el prójimo, que brilla en las buenas obras. Como sirvientes, debemos tener las velas encendidas, es decir, debemos vivir en gracia, confesados, sin conciencia de pecado mortal, al menos, y debemos tener en nuestro haber obras de misericordia, de visita a enfermos, de visita a presos, de ayuda a los más necesitados, para que el Señor, al regresar en la noche de los tiempos, encuentre en nosotros la luz de la gracia y de la misericordia. No puede ser de otra manera: ¿qué diría un dueño de una estancia, que al regreso de las bodas, ya de noche, encontrara a sus sirvientes emborrachados, peleados entre sí, dormidos, sin las velas encendidas? Lo primero que haría sería reprender duramente a sus sirvientes. Eso, y mucho más que una reprimenda hará Jesucristo, porque el Dueño de las almas, Jesucristo, tiene poder para precipitar al alma en el infierno, si es que no nos encuentra despiertos en la fe y en las obras. Si Dios, cuando venga al fin del tiempo, en el Día del Juicio, o cuando venga a buscarnos en el día de nuestra muerte, nos encuentra a oscuras, esto es, con el alma en pecado mortal, y sin amor al prójimo, ¿qué nos dirá? Ya sabemos cuál es la respuesta, por eso es que debemos estar despiertos, alertas, con las velas encendidas, es decir, con el alma en gracia, y con obras de misericordia hechas, para presentarnos ante el Juez de los hombres.

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. ¿Cuándo será el Día del Juicio Final? ¿Cuándo será el día de nuestra muerte? ¿Cuándo vendrá Cristo Dios a pedirnos cuenta de nuestra alma? ¿Cuándo vendrá a juzgar a toda la humanidad? No lo sabemos, pero sí sabemos que debemos estar alertas, porque puede ser en cualquier momento: “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.

No sabemos cuándo vendrá el Señor, pero sí tenemos advertencias del cielo, que nos anuncian que, si no Dios, al menos el demonio está ya en la tierra, preparando el reinado del Anticristo. Nos lo advierten las profecías de los santos, inspiradas por el Espíritu Santo, y si son profecías de santos, no debemos despreciarlas: el Papa Benedicto XIV nos dice que hay que dar Fe Humana a las revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia, como son las de Santos canonizados, o los escritos publicados con imprimatur, con licencia eclesiástica, y que sería temerario despreciarlas. Con respecto a estas profecías, dice San Pedro Canisio: “Hay menor peligro en creer y recibir lo que con alguna probabilidad nos refieren personas de bien, (cosa que no está reprobada por los doctos), antes que rechazar todo con espíritu temerario y de desprecio”.

Teniendo en cuenta esto, ¿qué es lo que nos dicen los santos? El P. Pío recibió una aparición del Señor que decía así: “La hora del castigo está próxima, pero Yo manifestaré mi Misericordia. (…) Temporales, tempestades, truenos, lluvias ininterrumpidas, terremotos, cubrirán la tierra. Por espacio de tres días y tres noches, una lluvia ininterrumpida de fuego seguirá entonces, para demostrar que Dios es el dueño de la Creación. (…) Los que creen y esperan en mi Palabra no tendrán nada que temer, porque Yo no los abandonaré, lo mismo que os que escuchen mis mensajes. Ningún mal herirá a los que están en estado de Gracia y buscan la protección de mi Madre. (…)Rezad piadosamente el Rosario, en lo posible en común o solos. Durante estos tres días y tres noches de tinieblas, podrán ser encendidas sólo las velas bendecidas el día de la Candelaria (2 de febrero) y darán luz sin consumirse”[1].

San Gaspar de Búfalo[2] nos advierte: “Aquél que sobreviva a los tres días de tinieblas y de espanto, se verá a sí mismo como solo en la tierra, (...) No se ha visto nada semejante desde el diluvio”.

¿Cuándo sucederá esto? Dice Ana Catalina Emmerich: “Vi la Iglesia de San Pedro y una cantidad enorme de gente que trabajaba para derribarla, pero a la vez vi otros que la reparaban. Los demoledores se llevaban grandes pedazos; eran sobre todo sectarios y apóstatas en gran número. Vi con horror que entre ellos había también sacerdotes católicos..., vi al Papa en oración, rodeado de falsos amigos, que a menudo hacían lo contrario de lo que él ordenaba. (...) Daba lástima. Cincuenta o sesenta años antes del año 2000 será desencadenado Satanás por algún tiempo. En violentos combates, con escuadrones de espíritus celestiales, San Miguel defenderá a la Iglesia contra los asaltos del mundo. (...) Sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente, María, que extendía su manto radiante de oro. En la Iglesia se observaron actos de reconciliación, acompañados de muestras de humildad; las sectas reconocían a la Iglesia en su admirable victoria, y en las luces de la revelación que por sí mismas habían visto refulgir sobre ella. Sentí un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una santa alegría como cuando estaba próximo el nacimiento del Señor”´

También coincide, con respecto al tiempo, Santa Brígida de Suecia[3]: “Cuarenta años antes del año 2000, el demonio será dejado suelto por un tiempo para tentar a los hombres. Cuando todo parecerá perdido, Dios mismo, de improviso, pondrá fin a toda maldad. La señal de estos eventos será: cuando los sacerdotes habrán dejado el hábito santo, y se vestirán como la gente común, las mujeres como los hombres y los hombres como las mujeres”.

San Anselmo nos dice[4]: “¡Ay de ti, villa de las siete colinas (Roma) cuando la letra K sea aclamada dentro de tus murallas! Entonces tu caída estará próxima, tus gobernantes serán destruidos. Has irritado al Altísimo con tus crímenes y blasfemias, perecerás en la derrota y la sangre”[5].

San Vicente Ferrer[6] también coincide en que los días de tinieblas llegarán cuando los hombres se vistan como mujeres, y las mujeres como hombres: “Advertid que vendrá un tiempo de relajación religiosa, y catástrofes como no lo ha habido ni habrá. En aquel tiempo las mujeres se vestirán como hombres y se comportarán a su gusto licenciosamente, y los hombres vestirán vilmente como las mujeres. Pero Dios lo purificará todo y regenerará todo, y la tristeza se convertirá en gozo”.

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. No despreciemos la voz del cielo, la voz de los santos; no seamos temerarios ni necios. Seamos como los servidores que esperan a su señor con las velas encendidas, despiertos en medio de la noche: vivamos en gracia, recemos el Rosario, obremos el bien, no hagamos el mal a nadie, y así Cristo Dios, cuando venga en medio de la noche, nos llevará al cielo.

No sabemos cuándo habrá de venir el Señor: puede ser hoy a la noche, mañana, o en cien años, pero sí sabemos que ahora, por la Santa Misa, por la comunión, viene al alma; por la comunión, Jesús entra en el alma, y ahí, en ese momento de la comunión, es como si fuera un anticipo del Juicio Final. ¿Qué tenemos para ofrecerle a Jesús, cuando venga a nuestro corazón por la comunión? ¿Lo esperamos con las velas encendidas y vigilantes, es decir, en estado de gracia, y con el corazón en paz con Dios y con el prójimo? ¿Tenemos para ofrecerle obras buenas? ¿O Jesús encontrará, por el contrario, un corazón oscurecido por el rencor, por el enojo, por la ausencia de caridad?

Cada comunión es como un pequeño Juicio Final, para cada uno. De nuestra libertad depende qué sea lo que tengamos para ofrecer a Jesús: o luz, u oscuridad. Que la Madre de Dios interceda para que nuestro corazón sea un corazón luminoso.



[1] Mensaje de 1959, tomado de su testamento y hecho distribuir por los Sacerdotes Franciscanos a todos los grupos de Oración católicos en el mundo, ya desde la Navidad de 1990.

[2] 1786-1836, Fundador de los Misioneros de la Preciosísima Sangre.

[3] 1303-1373.

[4] siglo XIII.

[5] Nota: K = KAROL, nombre del Papa Juan Pablo II.

[6] 1350-1419.

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