sábado, 4 de septiembre de 2010

Quien me ama, cargue su cruz y me siga


"Quien no me ame más que a todos, no puede ser mi discípulo (...) quien no cargue su cruz y me siga, no puede ser mi discípulo" (cfr. Lc 14, 25-33). Jesús pone dos condiciones para seguirlo: amarlo y cargar su cruz. El amor y la cruz son entonces las dos cosas que todo discípulo de Cristo tiene que tener, para poder seguirlo.

Con respecto al amor, no hay dudas de porqué Cristo pide el amor: porque Él es Dios de Amor -"Dios es Amor", dice san Juan-, y porque su Reino es un reino de amor y de paz, y es por eso que el mandato más importante de todos, el que concentra y resume todos los mandatos, es el mandato del amor: "Ama a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo" (cfr. Mt 22, 34-40). Nadie puede seguir a Jesús si no se ama a Jesús por encima de todas las cosas, y por encima de todos, padre, madre, hermanos, casa, familia. Sin amor, es imposible el seguimiento de Jesús. No se sigue a Jesús por ningún otro motivo que no sea el amor: ni por interés, ni por conveniencia, ni por obligación. Sólo el amor es el motor y a la vez el combustible que pone en marcha a quien quiere seguir a Jesús.

Con respecto al amor, como condición indispensable para seguir a Jesús, no hay inconvenientes en ver la indicación. Pero con respecto a la cruz: ¿por qué la cruz? Un líder de la tierra no pediría la cruz, porque la cruz es un instrumento de tortura, de muerte, de suplicio, de sufrimiento. Si a un líder de la tierra se le ocurriría decir que la cruz es la condición para seguirlo, nadie lo seguiría, porque nadie quiere un instrumento de dolor, de tortura, de humillación y de sufrimiento.

Nos preguntamos entonces nuevamente: ¿por qué la cruz? ¿No podría Jesús haber pedido otra cosa para seguirlo? ¿No es suficiente el amor a Él para seguirlo? No podía Jesús pedir otra cosa que la cruz, y el amor sí es suficiente para seguirlo, pero el amor a Jesús se demuestra abrazando su cruz. Sólo quien ama a Jesús realmente, con todo su corazón, abraza su cruz, y comienza a caminar en el Camino Real del Calvario. Sólo quien ama a Jesús, toma su cruz de cada día, y se dispone a seguir las huellas del Señor, teñidas con su sangre; sólo quien ama a Jesucristo de verdad y no de palabra, toma su cruz y lo sigue camino del Calvario, siguiendo el rastro de sangre que el Señor deja a su paso.

Sin embargo, nos seguimos preguntando: ¿por qué la cruz? Porque la cruz es participar, por la gracia, de la vida y de la Pasión del Hombre-Dios; la cruz es unirse, con el ser y con la existencia, con todo lo que se es y se tiene, a la Pasión de amor del Cordero de Dios; porque la cruz no son las situaciones existenciales ni los problemas no resueltos: la cruz es la misteriosa unión, por la gracia, en el ardor de amor del Señor Jesús, que lo que lo llevó hasta la cima del Monte Gólgota. Llevar la cruz de Jesús es entrar, por la gracia, en comunión de vida y de amor con Jesucristo, que por amor entrega su vida en el Calvario, para nuestra salvación, y para que lleguemos a ser hijos de Dios.

¿Por qué la cruz? Porque la cruz es la que da el verdadero conocimiento de Jesucristo; de la cruz brota la divina luz que ilumina las mentes y los corazones y los inunda con una sabiduría nueva, no humana, sino celestial, sobrenatural y divina, la sabiduría de la cruz, que hace ver la realidad acerca de Jesucristo. Así es como la sabiduría de la cruz hace trascender las apariencias, y por eso en vez de ver a un maestro de religión, crucificado por la envidia de sus pares, se ve a Dios encarnado que entrega su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, para la salvación de toda la humanidad; la cruz nos hace conocer a Cristo, no como un malhechor, que sufre justamente su castigo debido a sus faltas, sino al Cordero Inocente e Inmaculado de Dios, que recibe de modo vicario el castigo que los hombres merecíamos por parte de la ira divina, y que con su sacrificio nos salva de la condenación eterna: es la sabiduría de la cruz la que hace exclamar al centurión que traspasa el Corazón de Jesús en la cruz: "Este era verdaderamente el Hijo de Dios" (cfr. Mt 27, 45-54); la sabiduría de la cruz nos hace ver a Cristo no como a un predicador de Palestina abandonado por sus discípulos, al fracasar su intento de establecer un reino temporal: nos hace ver a la Palabra de Dios encarnada, que al crucificar su carne purísima y ser elevado en la cruz, atrae hacia sí a toda la humanidad, para introducirla, por medio de sus llagas abiertas y sangrantes, en el Reino eterno de Dios: "Cuando sea elevado en lo alto, atraeré a todos hacia Mí" (cfr. Jn 8, 27); la cruz nos hace ver no a un hijo de carpintero que metido a maestro de religión fracasa y antes de su muerte le pregunta a su padre muerto por qué lo ha abandonado -"Padre, ¿por qué me has abandonado?"-: la sabiduría de la cruz hace ver al Hijo eterno de Dios Padre, el reflejo de su gloria, experimentando, por el misterio de la Encarnación, la angustia de la muerte, en donde el alma se siente sola y abandonada, antes de ser socorrida por Dios, que por su misericordia la introduce en el reino eterno.

¿Por qué la cruz? Porque por la cruz se pasa de este mundo al otro; por la cruz, y por Cristo crucificado, se pasa del tiempo a la eternidad; por Cristo crucificado nuestro cuerpo, material, sometido a la corrupción por el pecado, y nuestra alma, envuelta en las tinieblas de la oscuridad, son transformados, por la gracia y por el Espíritu de Dios, en un cuerpo que recibe una juventud eterna y en un alma que brilla en la gloria de Dios. Es esto lo que quiere decir San Pablo cuando dice: "la carne y la sangre no pueden poseer el Reino de Dios", sino que debe "revestirse de incorruptibilidad" (1 Cor 15, 50), y es la cruz la que nos reviste de gloria y de eternidad; la cruz y Cristo en la cruz nos conducen a la eternidad feliz en Dios Uno y Trino; no hay otro modo de salvación que no sea la cruz y Cristo crucificado; no hay otro modo de atravesar el umbral que conduce a la eternidad.

"El que me ama y toma su cruz, que me siga". Si amamos a Cristo y su cruz, acudamos a la Santa Misa, y recibamos la Eucaristía con el corazón abierto de par en par, para recibir a Cristo que se nos dona en la Eucaristía como en la cruz: con su Cuerpo, su Alma, su Sangre y su Divinidad, para donarnos su Amor.

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