lunes, 29 de noviembre de 2010

La noche que se ha abatido hoy sobre el corazón del hombre es más oscura que la Noche de Belén


Jesús nació en Belén, y cuando nació, ya era de noche: el sol se había ocultado y las tinieblas envolvían la tierra. Pero esa oscuridad cosmológica, debida al ocultamiento del sol, no era la única oscuridad que envolvía a los hombres el día que nació Jesús.

Había otra oscuridad, mucho más tenebrosa, mucho más oscura, mucho más peligrosa, como toda oscuridad: esa otra oscuridad era la oscuridad del corazón humano, envuelto en las tinieblas del pecado, de la ignorancia y del error. La noche humana era una continuación y una prolongación de la noche de la criatura angélica caída, que habiendo rechazado voluntariamente la luz divina, se sumergió voluntariamente en la oscuridad más densa y más profunda del desamor y del odio a Dios, y así, convertido en tiniebla viviente, fue arrojado a la tierra, en donde oscureció el corazón del hombre.

Hoy, a dos mil años del Nacimiento, la humanidad vive una noche oscura, mucho más oscura que en la Noche de Belén.

La noche que envuelve hoy a la humanidad es mucho más densa, profunda y peligrosa que la noche del corazón humano en la Primera Venida, porque hoy el Mesías, venido en carne, revestido del cuerpo de un Niño, muerto en cruz para la salvación de la humanidad, Presente en el sacramento eucarístico, ha sido arrojado del corazón del hombre; su Nombre ha sido olvidado, y cuando no olvidado, despreciado e insultado; la juventud ha perdido todo valor: los varones se visten de seda y las mujeres se visten como varones; muchos, de entre los sacerdotes, no aman a Jesús y a su Madre; el comunismo crece, y la capacidad de destruir a la humanidad con el más moderno armamento es tal, que basta la detonación de sólo el uno por ciento del arsenal nuclear mundial, para destruir a la humanidad entera, provocando la muerte de miles de millones de personas; el odio crece entre los pueblos, y la prueba son, por sólo mencionar una, el reciente genocidio ruandés, y el creciente odio entre razas, propiciado por el indigenismo ideológico; el hambre hace estragos en pueblos enteros; los inocentes son exterminados antes de nacer, en un genocidio silencioso y pavoroso; la familia ha sido desintegrada; la tecnología ha creado mundos virtuales de fantasía y de vida irreal, en donde Dios no existe, ni tampoco existen el cielo y el infierno, solo el placer del momento presente; la cultura de la muerte siega la vida humana en sus extremos, por el aborto y la eutanasia, mientras que la droga, enarbolada como estilo de vida y reclamada como derecho humano, se lleva la vida de cientos de millones de jóvenes y de adultos; los Mandamientos de Dios han sido sepultados y pisoteados, para continuar con el desenfreno, sin sentir el remordimiento de la conciencia; la Madre de Dios es despreciada e ignorada por millones de hijos suyos; el Cuerpo y la Sangre de Jesús son recibidos indignamente, principalmente por sacerdotes y laicos que deberían recibirlo con un corazón puro y misericordioso, y en estado de gracia, y así Cristo Dios es profanado una y otra vez en el sacramento de la Eucaristía, por las comuniones sacrílegas; los falsos profetas, los profetas de la Nueva Era de Acuario, proliferan como hongos; los rumores de guerra se escuchan por todas partes, porque el corazón del hombre se ha oscurecido, porque se ha apartado de Cristo, el Dios Luz; los templos del Dios verdadero deben ser cerrados, porque están vacíos, a causa de la apostasía de sacerdotes y fieles, mientras que los templos de las sectas y de los adoradores de Satán se llenan cada vez más; el espíritu anticristiano cubre al mundo.

Por eso la noche del alma y del corazón que vive hoy el hombre, es una noche más oscura que la noche de Belén. Y en esa noche, ronda un lobo furioso que no es de este mundo.

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