viernes, 3 de diciembre de 2010

En Adviento dispongamos nuestros corazones para recibir a Cristo, la luz de Dios, que viene oculto en la Eucaristía


Jesús nació en Belén, y cuando nació, ya era de noche: el sol se había ocultado y las tinieblas envolvían la tierra: “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 8-11). Es decir, los ángeles son quienes van a anunciar a los pastores el Nacimiento, y cuando les van a anunciar, es de noche.

Pero esa oscuridad cosmológica, debida al ocultamiento del sol, no era la única oscuridad que envolvía a los hombres cuando nació Jesús.

Además de la noche cosmológica, es decir, de la noche que acaece cuando se oculta el sol, había otra oscuridad, mucho más tenebrosa, mucho más oscura, mucho más peligrosa: esa otra oscuridad era la oscuridad del corazón humano, envuelto en las tinieblas del pecado, de la ignorancia y del error. A su vez, la noche del corazón humano era una continuación y una prolongación de la noche de la criatura angélica caída, que habiendo rechazado voluntariamente la luz divina, se sumergió voluntariamente en la oscuridad más densa y más profunda del desamor y del odio a Dios, y así, convertido en tiniebla viviente, fue arrojado a la tierra, en donde oscureció el corazón del hombre, contaminándolo con su propia oscuridad.

Jesús nació de noche, en una noche doblemente oscura, la noche cosmológica, y la noche del corazón humano apartado de Dios a causa de la perfidia del ángel caído. Es de esta última noche de la que se habla en el Evangelio, cuando se relata la Encarnación y el Nacimiento del Verbo de Dios: “…la Palabra estaba en Dios (…) la Palabra era Dios (…) (la Palabra) era la luz y la vida de los hombres (…) vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). La Palabra de Dios, que era Dios, que habitaba junto a Dios, y que era la luz y la vida de los hombres, que vino a este mundo encarnándose y naciendo como un Niño, para alumbrar las tinieblas de los hombres, fue rechazada: “la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3, 19).

Cuando Jesús nació, hace dos mil años, la humanidad vivía en una oscura y densa noche, la noche del rechazo de la Palabra de Dios, que es luz y vida para los hombres, y por eso los hombres habitaban en “oscuridad y sombra de muerte”, y rechazaron la Palabra, que es luz y vida, aún cuando era para ellos para quienes se les manifestaba: “El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido” (Mt 4, 16).

Jesús, la Palabra eterna del Padre, se encarnó para iluminar y dar vida, con su propia luz, a los hombres, que yacían en sombras de muerte, contaminados en sus corazones por la oscuridad del ángel caído, que había logrado arrastrar a los hombres en su caída, y los había sumergido en su propia oscuridad, los hombres lo rechazaron, porque prefirieron sus tinieblas y su muerte a la cruz y a la vida de Dios.

Hoy, a dos mil años del Nacimiento, la humanidad vive también una noche oscura, aunque mucho más oscura que en la Noche de Belén.

La noche que envuelve hoy a la humanidad es mucho más densa, profunda y peligrosa que la noche del corazón humano en la Primera Venida, porque hoy el Mesías, venido en carne, revestido del cuerpo de un Niño, muerto en cruz para la salvación de la humanidad, Presente en el sacramento eucarístico, ha sido arrojado del corazón del hombre, de modo que el hombre vive y muere como si Dios no existiera, como si Dios no fuera necesario ni siquiera como una hipótesis imaginaria.

La oscuridad que envuelve hoy a la humanidad, a dos mil años de su Nacimiento, es una oscuridad mucho más profunda y densa, porque si en la Primera Venida los hombres vivían en la oscuridad, era porque la Palabra de Dios no se había encarnado y no había llegado a ellos; pero hoy, después de que Jesús ha cumplido su misterio pascual de muerte y resurrección, su Nombre, que es vida, ha sido olvidado y desterrado de toda actividad humana y de todo pensamiento y de todo deseo humano, y así, olvidado su Nombre, fuente de vida, el hombre ha creado una cultura, que es la “cultura de la muerte”, que atenta contra la vida humana desde que nace hasta que muere; hoy la oscuridad es más densa que en la noche de Belén, porque el Nombre santo de Jesús es olvidado, y cuando no es olvidado, es despreciado e insultado, y ofendido por quienes no lo aman; la oscuridad es más oscura que en Belén, porque hoy la juventud ha perdido todo valor: los varones se visten de seda y las mujeres se visten como varones; muchos, de entre los sacerdotes, no aman a Jesús y a su Madre; hoy la noche es más oscura que en la Noche de Belén, porque las ideologías anticristianas y antihumanas dominan el mundo, trayendo sólo dolor al hombre: el comunismo crece, y crece también el liberalismo capitalista que hunde a pueblos enteros en la miseria; hoy la noche es más oscura que en Belén, porque al haberse alejado de Dios, que es Amor, ha germinado en el corazón del hombre el odio por su hermano, y así, el odio del hombre por el hombre ha llevado a los pueblos a inventar y construir armas cada vez más poderosas, con una capacidad destructiva nunca antes alcanzada en la humanidad: basta la detonación de sólo el uno por ciento del arsenal nuclear mundial, para provocar la muerte de cientos de millones de personas; el odio crece entre los pueblos, y la prueba son, por sólo mencionar una, el reciente genocidio ruandés, y el creciente odio entre razas, propiciado por el indigenismo ideológico; el hambre hace estragos en pueblos enteros, y no es porque la tierra no puede producir alimentos, o porque la lluvia no riegue los campos: si hay niños que mueren de hambre, es debido al egoísmo humano, que prefiere que el trigo se pudra en los silos, antes que dar de comer al hambriento; los inocentes son exterminados antes de nacer, en un genocidio silencioso y pavoroso; la familia ha sido desintegrada, porque además de haber sido atacada en su unidad, ha sido desvirtuada, al inventar formas de familia que nada tienen que ver con el plan divino para el hombre; la tecnología ha convertido a cada hogar en un mundo virtual de fantasía y de vida irreal, porque ha transmitido y ha implantado y ha hecho crecer la semilla del ateísmo, del materialismo y del hedonismo, y ha construido, en las mentes y en los corazones de niños, jóvenes y adultos, un mundo irreal, un mundo fantástico, en donde Dios no existe, y tampoco existen el cielo y el infierno, sino solo el placer del momento presente; la cultura de la muerte siega la vida humana en sus extremos, por el aborto y la eutanasia, mientras que la droga, enarbolada como estilo de vida y reclamada como derecho humano, se lleva la vida de cientos de millones de jóvenes y de adultos; los Mandamientos de Dios han sido sepultados y pisoteados, para continuar con el desenfreno, sin sentir el remordimiento de la conciencia; la Madre de Dios es despreciada e ignorada por millones de hijos suyos; el Cuerpo y la Sangre de Jesús son recibidos indignamente, principalmente por sacerdotes y laicos que deberían recibirlo con un corazón puro y misericordioso, y en estado de gracia, y así Cristo Dios es profanado una y otra vez en el sacramento de la Eucaristía, por las comuniones sacrílegas; los falsos profetas, los profetas de la Nueva Era de Acuario, proliferan como hongos, mientras que los hijos de Dios, los que deberían ser la “sal de la tierra y la luz del mundo” (cfr. Mt 5, 13), duermen una especie de letargo espiritual, similar al sopor y al sueño en el que cayeron los discípulos de Jesús cuando, orando en el Huerto de Getsemaní, estaba a punto de ser entregado para ser crucificado (cfr. Mt 14, 37); los rumores de guerra se escuchan por todas partes, porque el corazón del hombre se ha oscurecido, porque se ha apartado de Cristo, el Dios de la luz y de la paz; los templos del Dios verdadero deben ser cerrados, porque están vacíos, a causa de la apostasía de sacerdotes y fieles, mientras que los templos de las sectas y de los adoradores de Satán se llenan cada vez más, y el espíritu anticristiano cubre al mundo.

Por eso la noche del alma y del corazón que vive hoy el hombre, es una noche más oscura que la noche de Belén, y en esa noche oscura, ronda un lobo de afilados dientes, de gruñido ronco, y de ojos llameantes, que no es de este mundo.

Hace dos mil años, vino la luz de Dios, Cristo Jesús, oculta en el cuerpo de un Niño, el Niño de Belén, y la luz fue rechazada; hoy, la luz de Dios, Cristo Jesús, viene oculta en el sacramento del altar, la Eucaristía. El tiempo de Adviento es el tiempo para disponer nuestros corazones para recibir la luz de Dios, que viene hoy, para nosotros, oculta en la Eucaristía, así como vino oculta hace dos mil años en el Niño de Belén.

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