lunes, 13 de diciembre de 2010

La Navidad es recibir al Hijo de Dios con alegría en la Eucaristía


“El niño saltó de alegría al oír el saludo de María” (cfr. Lc 1, 39-45). María, que está encinta por obra del Espíritu Santo, que lleva en su seno al Verbo de Dios hecho hombre, saluda a Isabel. Isabel también está encinta, y lo más llamativo es que el niño de Isabel, salta de alegría en el seno materno al escuchar la voz de María.

María es la portadora del Verbo de Dios; María es quien trae al mundo a la Palabra del Padre encarnada; María es la Custodia santa que lleva a la humanidad al Hijo eterno del Padre, generado en la eternidad como Hijo de Dios, engendrado en el tiempo como Hijo de María Virgen.

“El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. No se trata de un movimiento cualquiera en el seno de Isabel, de esos que experimentan las madres embarazadas; se trata de un movimiento especial: salta de alegría. Tampoco interesan aquí que se confirmen las modernas teorías de obstetricia, según las cuales los niños en el vientre materno escuchan todo lo que sucede alrededor. Lo que nos interesa es la alegría de Juan el Bautista al escuchar la voz de María: “El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. La alegría ante la voz de María es la nota llamativa del evangelio y no se trata de una alegría cualquiera, sino de una alegría sobrenatural, una alegría que no se origina en ningún motivo de este mundo, sino en María, y en María como portadora en su seno del Niño Dios, de Dios hecho Niño para que los hombres se hagan Dios.

“El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. La Estrella de la Mañana que anuncia el fin de la noche y la llegada del día; la Estrella de Belén que guía a los pastores y a los Magos de Oriente hasta la cueva de Belén, es María. Es María quien nos anuncia que trae con Ella, para iluminar nuestro mundo en tinieblas, al Hijo eterno del Padre, Luz de Luz eterna, Jesús Niño.

“El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. No solo Juan el Bautista debe alegrarse por la voz de María que anuncia la llegada del Mesías traído en su seno. Todo cristiano, al escuchar la voz de la Iglesia, que trae al mundo al Verbo del Padre en su seno, el altar, debería saltar de alegría, al saber que por María Iglesia viene al mundo la Palabra del Padre encarnada, Cristo Eucaristía.

Si la Navidad debe estar impregnada de esta alegría sobrenatural del Bautista –no la alegría por motivos humanos, por regalos, por fiestas, por banquetes-, sino esta alegría verdaderamente venida de otro mundo, del mundo celestial de Dios, debe serlo porque por la potencia del Espíritu Santo, se repite sobre el altar el prodigio que el Espíritu hizo en María: así como en María Virgen el Espíritu llevó al Hijo del Padre y lo encarnó en sus entrañas virginales, así el Espíritu Santo, por su poder, prolonga la encarnación del Verbo en el altar, en el seno de María Iglesia, para provocar un nuevo nacimiento en los corazones de quienes lo reciban al Hijo de Dios en la Eucaristía.

“El niño saltó de alegría al oír el saludo de María”. Los católicos debemos saltar de alegría al saber que María Iglesia nos trae, prodigiosamente, por obra del Espíritu, en cada misa, al Verbo de Dios, a Dios Niño, oculto bajo las apariencias de pan, así como ayer estuvo oculto bajo la forma de un niño humano.

Esta debe ser la verdadera alegría del católico en Navidad: María Iglesia nos trae al Hijo de Dios envuelto en apariencia de pan.

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