lunes, 14 de marzo de 2011

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa


“Padre nuestro que estás en el cielo” (cfr. Mt 6, 7-15). Lejos de ser una oración que se dirige a Dios Padre como presente en un lugar lejano y desconocido como es el “cielo”, el Padrenuestro es una oración que bien podría decirse: “Padre nuestro que estás en la Misa”, porque en realidad, la Misa es obra del Padre y el Padre está Presente en sus inicios y en su desarrollo y hacia Él, Presente en la Misa, se dirige toda la plegaria contenida en la Misa. Es decir, podríamos considerar que la el Padrenuestro, como oración, se vive en la Misa.

“Padre nuestro que estás en el cielo”: Dios Padre, que es eterno, está en el cielo, pero el tiempo litúrgico de la misa hace que la eternidad misma de Dios, o más bien, que Dios eterno, ingrese en el tiempo, en el tiempo de la Misa, por lo que Dios Padre, que es eterno y que está en el cielo, está Presente en el cielo y en la Misa, porque el tiempo litúrgico de la Misa es un tiempo que participa de su eternidad.

“Santificado sea Tu Nombre”: en el altar se renueva el sacrificio en cruz de Jesucristo, sacrificio por el cual el Nombre de Dios es santificado, bendecido, adorado y honrado.

“Venga a nosotros Tu Reino”: el Reino de Dios comienza cuando su Espíritu toma posesión de las almas, y en la Misa, Dios Padre, junto a Dios Hijo, espiran el Espíritu Santo desde la Eucaristía a lo más profundo del alma del que comulga.

“Hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: en la Misa se unen cielo y tierra: Dios Padre desciende al altar, trayendo a su Hijo Jesucristo en la cruz, y su Hijo Jesús, que se dona en el Pan eucarístico, lleva al cielo, es decir, al seno de Dios Padre, a todo aquél que lo recibe en la comunión, y así se cumple la voluntad de Dios Padre.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”: en la Misa recibimos el Pan de Vida eterna, el Pan que alimenta las almas con la substancia humana y divina del Cordero de Dios, Jesucristo, degollado en el altar y asado en el fuego del Espíritu.

“Perdona nuestras ofensas”: en ningún otro lugar que no sea la Misa se perdonan nuestros pecados, porque en la Misa Cristo nos perdona desde la cruz, y el sacramento de la confesión no es sino una prolongación sacramental del perdón de la cruz, y es por eso que esta petición no sólo es escuchada, sino que, al donarse Jesús en la cruz del altar y derramar su sangre sobre el cáliz, no sólo perdona nuestros pecados, sino que nos concede, con su sangre derramada, el Espíritu Santo, que nos convierte, de enemigos de Dios, en hijos suyos adoptivos.

“Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: Jesús en el altar se ofrece como Cordero sin mancha para que Dios Padre nos perdone y nos adopte como hijos suyos, donándonos su Espíritu de Amor y de Misericordia, y con esto demuestra un amor y una misericordia que no tienen límites, por lo que, delante de nuestros enemigos, delante de aquellos que nos ofenden, no podemos hacer otra cosa que perdonar, como Dios Padre nos perdona por la sangre de su Hijo.

“No nos dejes caer en la tentación”: la cruz de Jesús, que se eleva, invisible y misteriosa en el altar, es la fortaleza más poderosa para hacer frente al enemigo de las almas, la Serpiente infernal.

“Y líbranos del mal”: donándonos su cuerpo, su sangre y su divinidad en el Pan eucarístico, el Hijo de Dios Padre no sólo nos libra del mal, sino que inunda el alma con la bondad y el Amor infinitos del Espíritu Santo.

“Amén”: en el triple amén, nos unimos, por la misa, desde la tierra, a los coros de los ángeles y de los santos que adoran a Dios por la eternidad; con el triple amén, adoramos a Dios Trino, autor de la Misa: a Dios Padre, que envía a su Hijo sobre el altar para donarnos su Espíritu en la comunión y hacernos así partícipes de la vida de las Tres divinas Personas; a Dios Hijo, que se dona como Pan de Vida, a Dios Espíritu Santo, que convierte el pan del altar en la carne del Cordero de Dios.

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