martes, 5 de abril de 2011

Cristo nos da la vida eterna en la Eucaristía


“El Hijo da vida a los que quiere” (cfr. Jn 5, 17-30). Jesús da su vida en la cruz, y la continúa dando en la Eucaristía. Pero, ¿de qué vida se trata? No se trata de la vida inmortal, que es la que posee toda alma humana, por el hecho de ser un alma espiritual. Se trata de otra vida, una vida desconocida para el hombre, la vida absolutamente sobrenatural, divina, del Hombre-Dios, la vida que palpita en el Ser divino de Dios Trino, la vida que brota del Ser eterno de la Trinidad como de su fuente inagotable.

“El Hijo da vida a los que quiere”. Da la vida divina, la vida eterna, la vida celestial, la vida misma de Dios Trinidad, una vida que es eterna y perfectísima en sí misma, que es eterna, porque no tiene tiempo, y es perfectísima, porque es una vida en Acto Puro y perfecto. La vida sobrenatural de Dios es perfecta y eterna, a diferencia de la vida natural del hombre, que por ser imperfecta, limitada, creatural, participada, necesita del tiempo para desplegar progresivamente sus limitadas perfecciones. La vida de Dios no necesita del tiempo, porque está en Acto Puro en la eternidad, desplegada al máximo de su infinita potencialidad divina en un instante que se prolonga por toda la eternidad.

Es esta vida divina, sobrenatural, perfectísima, eterna, la que Cristo Dios comunica desde la cruz, y continúa comunicándola desde la Eucaristía.

Pero la vida que comunica Cristo es también su vida humana, ya glorificada, porque ha pasado por su misterio pascual de muerte y resurrección. Cristo comunica de su vida humana glorificada al precio de su dolor, de su ultraje, de su sangre y de su muerte, y por esto es una vida de valor infinito: por ser la vida del Hombre-Dios, y por ser donada al precio del máximo sacrificio que un hombre puede hacer, que es donar la vida por la salvación de los que ama.

La vida que Cristo comunica en la cruz, y en cada Eucaristía, la vida que se comunica en el simple acto de comulgar, es una vida que le ha costado a Dios Hijo tristeza, amargura, dolor infinito, porque ha sido una vida entregada en el sacrificio más atroz que pueda imaginarse, la muerte de cruz.

Es una vida entregada con sacrificio de valor infinito, valor a su vez aumentado infinita e inimaginablemente por el Amor divino y humano del Corazón del Hombre-Dios, Amor que es el que lo lleva a donar la vida en la cruz y en la Eucaristía.

“El Hijo da vida a los que quiere”, pero, ¿quién quiere la vida que da el Hijo? A juzgar por la tasa de asistencia a la Misa dominical, son muchos más quienes desprecian el don de la vida del Hombre-Dios, que los que la reciben con y con amor.

“El Hijo da vida a los que quiere”, pero aquellos a quienes eligió para dar su vida, no la quieren; la desprecian, prefiriendo en cambio los placeres vanos del mundo: fútbol, política, fama, honores mundanos, paseos, descansos, diversiones.

Agradezcamos infinitamente y con todo el ser el don de la vida de Jesús; no despreciemos la muerte que nos dio la vida eterna, y busquemos la conversión del corazón.

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