lunes, 11 de abril de 2011

Desde la cruz del altar, Jesús efunde su Espíritu para hacernos saber que la Eucaristía es Él en Persona

La crucifixión es un momento de iluminación,
porque Jesús infunde su Espíritu,
que hace saber a las almas que lo contemplan que Él es Dios.
Este misterio se renueva y se prolonga en la Santa Misa.

“Cuando hayan levantado al Hijo del hombre conocerán que Yo Soy” (cfr. Jn 8, 21-30). ¿Qué quiere decir Jesús con esta enigmática frase? ¿Cómo se explica esta afirmación de Jesús? Para entender qué es lo que Jesús quiere decir, hay que analizar la frase: en su primera parte, dice: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre”, esto quiere decir el momento de la crucifixión de Jesús; en ese momento, se producirá una iluminación interior en los discípulos, que les hará saber que Él “es”: “sabrán que Yo Soy”, lo cual constituye la segunda parte de la afirmación.

Ahora bien, si los discípulos sabían quién era Jesús, ¿porqué Jesús dice que sabrán quién es Él “cuando sea levantado en lo alto”, es decir, cuando sea crucificado?

Porque en ese momento, los discípulos recibirán un conocimiento por parte del Espíritu Santo, que les hará ver que Jesús no es un simple hombre, sino Dios Hijo hecho hombre, sin dejar de ser Dios. Esto explica la segunda parte de la frase: “sabrán que Yo Soy”. “Yo Soy” es el nombre con el cual los judíos conocían a Yahveh en el Antiguo Testamento; de esta manera, Jesús se aplica a sí mismo el nombre, y por lo tanto, la condición divina.

La frase: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre conocerán que Yo Soy”, por lo tanto, queda así: “Cuando me crucifiquen, les enviaré el Espíritu Santo, que les hará saber que Yo Soy Dios”.

La crucifixión representa entonces un momento de iluminación para el que ama a Jesús, puesto que Jesús infunde su Espíritu en ese momento, y es el Espíritu quien da un nuevo conocimiento acerca de Jesús. Jesús no es el “hijo del carpintero”, tal como sostenían sus contemporáneos, los vecinos de su pueblo, y mucho menos es un impostor, un mentiroso o un blasfemo, como sacrílegamente sostienen los miembros del Sanedrín que lo condenan. Jesús es el Hombre-Dios, es Dios Hijo, “engendrado, no creado”, como reza el Credo, en el seno de Dios Padre, en la eternidad, que inhabita en el seno del Padre desde la eternidad, que de Él recibe la naturaleza divina y la filiación divina; Jesús es el Hijo de María Virgen, que inhabita en su seno por el poder del Espíritu, y que de María Virgen recibe su naturaleza humana, porque María lo reviste con su propia substancia, y lo nutre con sus propias entrañas; Jesús es Dios eterno, muerto y resucitado, que inhabita en el seno de la Iglesia, porque prolonga su encarnación en la Eucaristía.

“Cuando hayan levantado al Hijo del hombre conocerán que Yo Soy”. Si la crucifixión es un momento de iluminación interior, porque Cristo efunde su Espíritu, que ilumina las almas, entonces la Santa Misa, con la consagración y la elevación de la Hostia, también es un momento de iluminación, porque en ese momento el Hijo del hombre es levantado en lo alto, en la cruz del altar.

Desde la cruz del altar, Jesús derrama su sangre, y con su sangre efunde el Espíritu, y el Espíritu irradia su divina luz, que ilumina las mentes y los corazones para hacer conocer, a los hijos de la Iglesia, que la Eucaristía es Cristo Dios.

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