miércoles, 27 de abril de 2011

Somos testigos de la Presencia de Cristo resucitado en la Eucaristía

Así como Jesús se apareció
con su Cuerpo resucitado
a los discípulos,
así se nos aparece a nosotros,
en cada Santa Misa,
con su Cuerpo resucitado
en la Eucaristía,
y es en este alegre anuncio
en lo que consiste nuestra misión como Iglesia.


“Ustedes son testigos” (cfr. Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece en medio de los discípulos, quienes, a pesar de verlo con su Cuerpo resucitado, se muestran “desconcertados”, y creen “ver un fantasma”. Su actitud no difiere mucho de la actitud de pesar y tristeza de María Magdalena, y de los discípulos de Emaús, quienes se encuentran en esos estados espirituales por la falta de fe en sus palabras acerca de que resucitaría “al tercer día” (cfr. Lc 24, 46).

Para sacarlos de su temor y de su incredulidad, y para que se convenzan de que posee un cuerpo real, resucitado y glorioso, les dice que toquen sus heridas, y come pescado asado delante de ellos, pero sobre todo, les infunde la luz del Espíritu Santo, para que se abran sus mentes: “les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras”.

Una vez que los discípulos, auxiliados por el Espíritu Santo, reconocen a Cristo resucitado, Jesús les encomienda una misión, que será la misión de la Iglesia hasta el fin de los tiempos: ser testigos de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Podríamos decir que toda la escena del Evangelio se repite en cada Santa Misa: Jesús resucitado se aparece en medio de la comunidad de discípulos, los cuales se encuentran, en la gran mayoría de los casos, desesperanzados y tristes, a pesar de haber conocido la noticia de la resurrección de Jesús; Jesús se aparece en medio de su Iglesia, resucitado, bajo algo que parece ser pan, así como se les apareció a los discípulos, revestido de su humanidad gloriosa, y los discípulos, hoy como ayer, creen que es un fantasma.

La gran mayoría de los fieles católicos, incluidos los sacerdotes, en la actualidad, piensan, creen y actúan, como si Jesús fuera un fantasma, puesto que no tiene, para ellos, entidad real.

La diferencia con la aparición de Jesús en la escena del Evangelio, con la Santa Misa es que, en la Santa Misa, Jesús no deja tocar su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, pero hace algo mucho mejor: toca al alma espiritualmente con su Presencia, al ingresar por la comunión sacramental; además, en vez de pedir Él algo para comer, para que nos convenzamos de que es Él, es Él quien se nos entrega, con su Cuerpo, como Pan de Vida eterna, como carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, y como Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre divina.

“Ustedes son testigos”. La similitud con la Santa Misa radica en la misión que recibieron los discípulos, que es la misma misión de la Iglesia para todos los tiempos, incluidos los nuestros: ser testigos, ante el mundo, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Ser testigos de que Jesús ha resucitado y no solo, sino que se da en alimento al alma, como Pan Vivo bajado del cielo, como Carne del Cordero de Dios, y como Vino que da la Vida eterna.

Todos los días, en la Santa Misa, no solo contemplamos, por la fe, a Cristo resucitado en la Eucaristía, sino que somos alimentados por Él.

Así como Jesús se apareció con su Cuerpo resucitado a los discípulos, así se nos aparece a nosotros, en cada Santa Misa, con su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, y es en este alegre anuncio en lo que consiste nuestra misión como Iglesia.

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