miércoles, 25 de mayo de 2011

Permanezcan en mi amor

La crisis del mundo pos-moderno
es causada por los cristianos
que han olvidado las palabras de Jesús:
"Permaneced en mi amor",
y ya no aman
ni al hombre ni a Dios.


“Permanezcan en mi amor” (cfr. Jn 15, 9-11). Antes de volver al Padre, Jesús deja el mandato del amor: “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado” (Jn 13, 34), y les recomienda permanecer en su amor: “Permanezcan en mi amor”, para que su misma alegría esté con ellos: “Para que mi alegría esté en ustedes”.

Según este mandato de Jesús, un discípulo de Cristo debería ser reconocido por un no-cristianos, por la fidelidad a su legado. En otras palabras, quien no conoce a Jesucristo, debería reconocer que alguien es cristiano, no tanto por sus sermones, sino porque obra la misericordia para con su prójimo: da de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al que no tiene con qué; da un consejo a quien lo necesita; visita a los enfermos; visita a los presos; es honesto; es paciente; es generoso; es veraz; es caritativo.

La gran crisis del mundo pos-moderno de hoy, se debe, en gran medida -si no en su totalidad-, a que los cristianos no han entendido, o no han querido entender, o directamente ni siquiera se han enterado, cuál es la esencia de la religión de Jesús: la caridad, el amor sobrenatural al prójimo y a Dios, que se demuestra por obras.

Si los cristianos fueran verdaderamente cristianos, es decir, si permanecieran en el amor de Cristo buscando, según su estado de vida, cumplir el mandato de Jesús de “permanecer en su amor”, es decir, de amar, con su mismo amor, a Dios y al prójimo, el mundo sería un lugar muy distinto: no existirían abortos, separaciones, divorcios, infidelidades; no habría eutanasia; no habría drogadicción; no habrían guerras; no habría hambre en el mundo; no habría consumismo desenfrenado, ni gente abandonada en los hospitales, en las calles y en las cárceles; no habrían padres maltratados por sus hijos, ni hijos abandonados por los padres; no habrían templos vacíos, ni sagrarios abandonados.

Pero los cristianos, lamentablemente, no han escuchado las palabras de Jesús: “Permanezcan en mi amor, para que mi alegría esté en ustedes”.

Los cristianos no aman, ni a Dios ni al prójimo, y por el contrario, se aman a sí mismos de modo egoísta, y así han contribuido de modo decisivo, con su fallo total, a crear un mundo también egoísta, materialista, que solo busca el placer, el poder, el poseer, el dinero, las riquezas.

Solo los cristianos son los culpables del mundo actual, porque es cierta la frase de Jesús: “Si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará?” (Mt 5, 13-16).

“Permanezcan en mi amor, para que mi alegría esté en ustedes”. Desde la Eucaristía, una y otra vez, Jesús nos vuelve a repetir lo mismo que dijera a sus discípulos. En nosotros está querer comprender, o hacer como si no escucháramos nada.

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