martes, 7 de junio de 2011

El Espíritu Santo convierte al cuerpo humano en su templo



Luego de su Pasión, Muerte y Resurrección, Jesús asciende al cielo, para enviar, desde ahí, al Espíritu Santo, para que lleve a cabo una misión específica: donarnos la gracia de la filiación divina –hacernos ser hijos con la misma filiación divina con la cual Jesús es Hijo de Dios desde la eternidad- y establecer una relación con nosotros, los hombres, que termina propiamente en su Persona, como habitando en nosotros y tomando posesión de nosotros[1]. Según algunos autores, así como el Hijo toma posesión física, al asumir una naturaleza creada, así el Espíritu Santo, toma posesión de los hombres, al ser enviado, aunque menos perfecta porque es solo moral[2]. Porque poseemos el Espíritu Santo –o más bien, porque Él se posesiona de nosotros-, es que podemos decir: “Abba, Padre” (Rm 8, 15), porque toma posesión de nuestro ser –alma y cuerpo- el mismo Espíritu del Hijo de Dios, el Espíritu Santo.

Pero no termina aquí el asombro que se despierta en el alma, ante la magnitud del Don de dones que significa Pentecostés: si el Espíritu Santo toma posesión de los hombres, es para asegurarnos que en Él, tenemos las arras, la garantía, de que nosotros poseeremos, en el Espíritu, en la eternidad, a las Personas divinas del Padre y del Hijo[3].

Esto, que parece una elucubración antes de un examen de teología, es la asombrosa realidad de Pentecostés: el Espíritu Santo es enviado para tomar posesión de los hombres, para que estos luego, en el mismo Espíritu, tomen posesión del Padre y del Hijo. La prueba de que el Espíritu Santo toma posesión de los hombres a los que es enviado, es que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19). El Espíritu Santo toma posesión del alma y del ser del bautizado -de quien se deja poseer, porque se trata de una acción divina que respeta la libertad del hombre, y no es automática-, y de tal manera lo posee, que abarca incluso al cuerpo, el cual es convertido, por el Espíritu, en templo suyo. Del mismo modo a como un templo pertenece a Jesús Eucaristía, que está Presente en el sagrario, y si se profana el templo, se profana a Jesús que está en la Eucaristía, así también el cuerpo humano, constituido en templo del Espíritu Santo, le pertenece a esta divina Persona, ya que esta divina Persona lo ha adquirido y poseído para sí.

Lamentablemente, la ceguera del alma que provocan el materialismo, el hedonismo, el relativismo, impiden que entre la luz de la gracia, a la par que aturden al alma y la hunden en la confusión y en la oscuridad, y así el alma no puede darse cuenta de que profanando su cuerpo, profana a la Persona del Espíritu Santo que habita en él.

En virtud de esto, la lujuria, la lascivia; la inmodestia en el vestir; las relaciones pre-matrimoniales, las relaciones extra-matrimoniales; el culto desenfrenado al cuerpo, el uso de la sexualidad en cualquier modo que no sea dentro del matrimonio -y dentro de este, de modo casto y puro-; la gula, y todos los excesos que los hombres cometen con el cuerpo, no son meras transgresiones a una norma moral, sino pecados contra el Espíritu Santo, que claman al cielo.


[1] Cfr. Scheeeben, M., Los misterios del cristianismo, cit. Congar, Y. M.-J., El Espíritu Santo, Editorial Herder, Barcelona 1991, 296.

[2] Cfr. Scheeben, M. J., Los misterios del cristianismo, 179-180).

[3] Cfr. ibidem.

1 comentario:

  1. A JESUS SEA TODA LA GLORIA Y LA HONRA POR LOS SIGLO DE LOS SIGLOS, QUIEN DIO SU VIDA POR NOSOTROS PARA QUE FUESEMOS SALVOS EN EL Y TENGAMOS VIDA ETERNA CON EL.
    Recban muchisimas bendiciones desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
    ADOREMOS AL CORDERO DE DIOS. JESUCRISTO EL HIJO DE DIOS.

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