martes, 28 de junio de 2011

Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo




Existe una conexión íntima y estrecha, y no meramente externa y casual, entre los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Infalibilidad pontificia[1].

El primero, nos permite contemplar, a los ojos de la fe, la ausencia absoluta de mancha pecaminosa –es decir, maldad-, en María, a la par que se da en Ella una transfiguración sobrenatural de toda su naturaleza humana. El hecho de que sea “Inmaculada Concepción”, significa que no tiene vestigio alguno de maldad o de perversidad, y como anexo a este misterio está el de ser la “Llena de gracia”, la Inmaculada Concepción está inhabitada por el Espíritu Santo.

Estas dos condiciones de la Virgen, la capacitan para ser la única mujer capaz de albergar en su seno purísimo al Hijo de Dios; es decir, es la única que puede ser “Madre de Dios”, porque es Purísima y porque está llena del Amor divino.

Al ser Madre de Dios, de Cristo Dios, es Madre también de todos los hijos de Dios; es la Nueva Eva, la Madre de la Gracia y de la Iglesia.

Por este motivo, la Virgen “Sede de la Sabiduría” –en Ella se aloja la Sabiduría del Padre, Dios Hijo, y además su mente no tiene los vicios que deja el pecado original, y además es iluminada por la plenitud de la gracia, con lo cual su inteligencia alcanza la más alta sabiduría, mucho más que los ángeles y los santos juntos-, y es además “Espejo Inmaculado de justicia”, porque en Ella se concibe al Dios Fuente de toda Justicia, Jesucristo.

El segundo dogma, el de la infalibilidad pontificia, está estrechamente conectado con el de la Inmaculada Concepción, porque nos muestra el la pureza y el brillo sobrenatural de la Verdad en la cátedra de Pedro[2], pureza y brillo que no se dan en ninguna otra Iglesia.

Si la Virgen es, en razón de su Concepción sin mancha, “Madre y Maestra de la verdad”, por los motivos dichos, es decir, por no tener mancha de pecado original y por estar inhabitada por el Espíritu Santo, la sede de Pedro es, para todas las naciones de la tierra, lo mismo que la Virgen, es decir, “asiento de la sabiduría” y “espejo inmaculado de justicia”[3], puesto que es en la cátedra de Pedro en donde brilla con todo su esplendor eterno la Sabiduría divina, manifestada en la Revelación de Jesucristo.

Al igual que la Virgen, que no tiene “ni mancha ni arruga”, así también la cátedra de Pedro, “no tiene ni mancha ni arruga” en la proclamación del depósito de la Fe confiado a ella[4].

Y al igual que la Virgen, que brillaba en su Pureza por estar asistida por el Espíritu Santo, así también la cátedra de Pedro, brilla por su pureza doctrinal, y por su sabiduría virginal, no contaminada con la abominación de los ídolos.

Por último, así como la Virgen dio a luz en Belén, Casa de Pan, al Pan de Vida eterna, su Hijo Jesucristo, así la Iglesia, de quien el Papa es Cabeza visible, da a luz, en la Nueva Casa de Pan, el altar eucarístico, al Pan de Vida eterna, Jesús Eucaristía.

Inmaculada Concepción, infalibilidad pontificia. En ambos brilla la pureza sobrenatural dada por la gracia divina; en ambos resplandece la Sabiduría divina; en ambos late el Amor divino, el Espíritu Santo.

El cristiano debe ser así: puro en su mente, sin aceptar las pestilentes doctrinas que niegan la divinidad de Jesucristo, y puro en su corazón, no sólo evitando la abominación de la idolatría, sino amando y adorando al único Dios verdadero, el Dios Uno y Trino, por medio del Amor de Dios, el Espíritu Santo.

[1] Cfr. Scheeben, M. J., María y la Iglesia, Ediciones Plantín, Buenos Aires 1949, 13.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 12.

[3] Cfr. ibidem.

[4] Cfr. ibidem.

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