jueves, 22 de septiembre de 2011

¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad del Padre?



“¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad del Padre?”. Jesús nos presenta la parábola del padre y de los dos hijos: uno de los hijos que, ante el pedido del padre de ir a trabajar a la viña, dice que sí, pero luego no va; el otro, que, ante el mismo pedido, dice que no, pero finalmente va. ¿Quién es el que hace la voluntad del padre? El que se arrepintió de su negativa a ayudar al padre, y decidió ir a trabajar. Cumplió la voluntad del padre el que, a pesar de responder primero que no, después fue a trabajar. En cambio, el que primero dijo que sí, finalmente no fue, por lo que al final no respondió al deseo de su padre.

¿Cuál es el significado de esta parábola? El padre de la parábola es Dios, los hijos son los bautizados, la viña es la Iglesia, el llamado a trabajar en su viña es el llamado a la conversión.

¿Por qué es importante para Jesús la respuesta sobre quién cumplió realmente la voluntad del Padre, que es Dios?

Porque en la parábola la respuesta a la voluntad del Padre depende del grado de amor que el hijo tiene al padre: demuestra tener más amor por el padre el hijo que finalmente va a trabajar a la viña, que cumple su voluntad. Y lo que sucede en la parábola, es una imagen de lo que sucede con los bautizados. Se trata de dos bautizados, por lo tanto, de dos hijos de Dios, que reciben de Dios el mismo pedido. Los dos son hijos; uno dice “sí” y no va, otro dice “no” y va; los dos han escuchado la Palabra del Padre, la Palabra de Dios. Los dos son bautizados que han escuchado la Palabra de Dios, que es Jesús. Pero la respuesta ha sido diversa, porque diverso ha sido el amor que cada hijo ha experimentado por Dios, su Padre. Si los dos han escuchado la Palabra del Padre, su Verbo, ¿por qué responden de manera distinta? ¿En dónde radica la diferencia? Esta es la pregunta clave de la parábola: porqué responden de manera distinta. Y responden de manera distinta porque, como hemos dicho, aman al padre de manera distinta. Pero, ¿por qué?

En el fondo, se trata de un misterio, ya que se trata de la interacción de dos libertades: la libertad de Dios, que libremente llama al hombre a ser hijo suyo por comunicación de la gracia de filiación divina, y la libertad del hombre, que libremente decide aceptar o no ese llamado y esa filiación. Dos libertades, frente a frente: la libertad de Dios, de llamar a quien Él quiere, y la libertad del hombre, de responder a ese llamado divino. Y la libertad es el fruto de la acción de la razón y de la voluntad: la razón “ve” el contenido de bondad y de hermosura que hay en una verdad, pero es la voluntad la que decide finalmente si adherir o no a esa verdad[1]. En el plano sobrenatural, la razón, iluminada por la fe, “ve” la bondad y la hermosura de la Sabiduría de Dios, encarnada en Jesucristo, pero es la voluntad la cual decide, en úlitma instancia, si adherir a esa Sabiduría que es Jesús, o no. En esto consiste la libertad humana, ya que es sólo la persona quien en última instancia decide aceptar o rechazar a la Bondad infinita de Dios encarnada en Jesucristo. La libre decisión, que surge de lo más profundo del espíritu humano, sin que nadie intervenga, ni siquiera Dios, en esta decisión, es lo que da al hombre la más grande de las dignidades entre todas las creaturas, el ser libres. Esto es lo que explica la diferente reacción de los hijos: cada uno responde con su libertad frente al llamado de Dios. Y si la respuesta frente al llamado de Dios en la vida personal refleja la libertad humana frente al llamado divino, refleja también el amor que la criatura experimenta frente a Dios, porque la respuesta libre está motivada en última instancia por el amor que se tiene frente a la verdad manifestada. Quien contempla y ama la verdad, se moverá libremente hacia la verdad –quien ama a la Verdad de Dios encarnada, Jesucristo, se moverá hacia Jesucristo-; pero puede darse que alguien contemple la Verdad y no la ame, puede darse que alguien contemple a Jesucristo y no lo ame, como Judas, por ejemplo, y, al no estar movido por el amor a Jesús, no cumplirá la voluntad de Dios.

Cumplir la voluntad de Dios no se basa en un ciego cumplimiento del deber por el deber mismo, como sostienen los filósofos protestantes; no se trata de hacer por hacer, motivados sólo por el sentido del deber. Pensar de esta manera lleva a sentir rechazo por la voluntad de Dios, ya que lleva a pensar que Dios exige el deber por el deber mismo. Y sin embargo, cumplir la voluntad de Dios –trabajar en su viña, en su iglesia, obrando las obras de misericordia todos los días con todos los prójimos que Dios nos pone en nuestro camino-, está basada en el amor a Dios, cuya Verdad se nos manifiesta encarnada, visible, en Jesucristo. Es así como Dios Padre quiere que trabajemos en su viña, es decir, que cumplamos su voluntad: obrar por amor a su Hijo, movidos por su Espíritu Santo. Quien obra por obrar, es como si no obrara; quien obra movido por otros intereses y por otros amores que no sean el amor de Dios, obra y construye castillos de arena, que se disuelven ante la primera ola.

El hijo de la parábola que cumplió la voluntad del padre es aquel que contempló la Verdad encarnada, Jesucristo, y, movido por amor a Él, se decidió ir a trabajar a la viña del Padre. Quien obra de esa manera, movido por el Amor de Dios y por el Amor a Dios Hijo encarnado en Jesucristo, cumple la voluntad del Padre. Quien escucha la Palabra del Padre y no se decide a obrar, es porque en el fondo no posee el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor de Dios.

Dios nos llama continuamente, todos los días, comunicándonos su Palabra desde la Eucaristía, a trabajar en su viña, en su iglesia, a ser reflejos de la imagen de su Hijo. Y su Hijo, que es la Palabra encarnada, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía, nos habla en secreto, sin que lo percibamos sensiblemente, en cada comunión eucarística, comunicándonos su Espíritu de Amor, de caridad y de misericordia, para que cumplamos su voluntad, que es la voluntad del Padre.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 826ss.

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