miércoles, 5 de octubre de 2011

Padre nuestro, que estás en el cielo...



“Vosotros orad así: Padre nuestro...” (cfr. Mt 6, 7-15). En el Antiguo Testamento existían indicaciones de cómo orar a Dios: se lo trataba como a un Dios único, como al Señor de la Creación, como al Creador, a quien por esto se debía la mayor de las alabanzas. A este Creador, se le podía pedir por las cosechas, por el buen tiempo, por el éxito en los asuntos familiares y de la nación.

Ahora Jesús enseña una nueva forma de orar, una nueva forma de dirigirnos a Dios; es nueva no sólo por lo que se le pide a Dios, sino cómo se lo pide, y por medio de qué se lo pide. La oración del Padrenuestro es nueva por la forma de dirigirnos a Dios; ahí no sólo están indicadas las peticiones más importantes que podemos hacer a Dios, sino que está indicada, en la forma, una novedad absoluta con respecto al Antiguo Testamento: Jesús nos dice que tratemos a Dios no como a “Creador”, que era lo que se enseñaba en el Antiguo Testamento, sino como a “Padre”.

Permaneciendo Dios lo que Él es en su ser divino, Jesús nos enseña que podemos tratarlo como a Padre y no sólo como a Creador: la nueva oración enseñada por Jesús comienza con la palabra “Padre”, pronunciada por quien la reza. Y es que Él nos enseña que tratemos a Dios como Padre, porque Él, que es el Hijo eterno de Dios, se ha encarnado para hacernos hijos de Dios, como Él es Hijo de Dios, con la misma filiación eterna y divina con la cual Él es Hijo de Dios desde la eternidad. Por eso la oración que Jesús enseña es nueva con novedad absoluta, porque nadie en el Antiguo Testamento había enseñado a tratar de esa manera a Dios, y es nueva por lo que se le pide a Dios, que son bienes principalmente espirituales.

Pero también es nueva por el medio por el cual lo pedimos, y el medio es Jesús mismo, ya que lo que pedimos, lo pedimos como hijos, y si somos hijos de Dios, somos hijos en el Hijo: sólo por Jesús, Hijo de Dios, somos hechos hijos de Dios, y sólo en Él y por Él, unidos a Él, alcanza nuestra oración a ser la oración de los hijos de Dios.

Sólo unidos a Jesús Eucaristía, nuestro Padrenuestro es verdadera oración de hijos de Dios: Jesús es el primero, con su encarnación y con su muerte en cruz, y con la perpetuación de su sacrificio en cruz, en la cruz del altar, en orar al Padre como Hijo: es Él quien reconociendo a Dios como Padre, ofrenda su vida en el altar de la cruz, movido por el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor de Dios -“Padre”-; es Él quien en la cruz entrega su espíritu al Padre que está en los cielos, y es quien desde los cielos, como Dios, nos envía su Espíritu en la Eucaristía –“que estás en el cielo”-; es Él quien, en la cruz, reconociendo a Dios como Padre, santifica su nombre con la donación de su vida –“santificado sea Tu Nombre-; es Él quien, desde la cruz y con su Persona no sólo pide sino que instaura aquí en la tierra el Reino de Dios –“venga a nosotros Tu Reino”; es Él, quien, desde el altar de la cruz en el monte Calvario, y desde la cruz del altar en el seno de la Iglesia, cumple la voluntad del Padre donando el Espíritu de la paz de Dios y uniendo así el cielo y la tierra –“hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”-; es Él, desde la Eucaristía, la cruz del altar, quien como Hombre-Dios nos da el Pan que da la vida eterna –“danos hoy nuestro pan de cada día”-; es Él quien perdona a quienes lo ofenden, a quienes le quitan su vida en el Calvario, y a quienes se convierten en enemigos de Dios, matándose a sí mismos, por el pecado mortal –“perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”-; es Él quien vence en la cruz y en el altar al Tentador –“no nos dejes caer en la tentación”-; es Él Quien desde la cruz y la Eucaristía no sólo nos libra de todo mal “y líbranos del mal”-, sino que nos concede el mayor Bien, el Bien Infinito, su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad.

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