jueves, 1 de diciembre de 2011

Adviento tiempo de penitencia y de alegría
















La característica central del Adviento es la oración, la penitencia, la mortificación y el ayuno porque el alma, que está a la espera del Mesías, reconoce que sin Dios está dominada por el pecado y por lo tanto su horizonte es un horizonte vacío que se llena sólo de amargura y pesar.
Pero que sea tiempo penitencial, no significa que sea tiempo de tristeza, como muchos podrían suponer. La tristeza, en todo caso, es de las pasiones y de los vicios, que no se ven correspondidos en sus deseos desordenados, debido precisamente a la mortificación, al ayuno y a la penitencia.
El motivo de la alegría del Adviento radica en aquello que se espera: el nacimiento del Mesías, que no habrá de verificarse en el Pesebre de Belén, porque ese evento ya sucedió en el tiempo y es único e irrepetible, sino que el nacimiento habrá de verificarse en un Nuevo Pesebre de Belén, en un Nuevo Portal de Belén, el corazón del hombre.
Aquí radica la profunda alegría del cristiano en Adviento: saber que, por la gracia, su corazón se convertirá en el lugar en donde habrá de nacer Dios con corazón de Niño; Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios; Dios que se manifiesta no en el fragor de su omnipotencia, en medio de rayos y truenos que demuestran la inmensidad de su poder, sino en la fragilidad de la carne de un Niño, y lo hace para que no tengamos temor en acercarnos a Él. Y efectivamente, es así: ¿quién puede tener temor a un niño recién nacido?
Que la Virgen María, así como fue Ella la que, mientras San José iba a buscar leña para encender una fogata para combatir el frío, limpió la gruta de Belén, que como todo refugio de animales estaba oscuro y frío, así sea también Ella la que disponga nuestro corazón, oscuro y frío, y lo prepare para que sea alumbrado con la luz eterna que surge de su seno virginal, el Niño Dios.

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