martes, 10 de enero de 2012



Jesús expulsa a un demonio del cuerpo de un poseso (cfr. Mc 1, 21-28). Muchos creen que la posesión demoníaca de los cuerpos humanos son cosas del pasado; que si existieron, hoy ya no se dan más estos casos; otros, reducen los casos de posesión descritos en el evangelio a enfermedades psiquiátricas desconocidas en ese entonces y confundidas con posesiones; para otros, finalmente, se trata sólo de supersticiones que no pueden ser aceptadas por mentes racionalistas y progresistas.
            Pensar de esta manera constituye un gravísimo error, puesto que el demonio, el espíritu maligno, el ángel caído, existe, y continúa tomando posesión de cuerpos y engañando mentes y voluntades de innumerables seres humanos. El demonio es un ser real; no es un producto de la imaginación, ni una enfermedad psiquiátrica, ni el fruto de creencias supersticiosas. Conserva todo su poder, propio de su naturaleza angélica, aunque sin la gracia de Dios, por lo que su voluntad está fijada y congelada en el mal absoluto, en el odio sin límites. El demonio odia a Dios y al hombre en cuanto imagen de Dios, y al no estar condicionado por la materia y por el tiempo, se mueve entre los hombres para tratar de engañarlos, hacerlos caer en el pecado, y arrastrarlos al infierno.
            Lejos de ser un fantasma o una leyenda, el demonio es una tenebrosa realidad, la más peligrosa y terrible realidad que pueda existir, tanto para cada hombre en particular, como para todas las naciones de la tierra.
            Que exista el demonio, es un hecho que puede ser constatado sin salir del hogar, simplemente encendiendo el televisor o conectándose a Internet. Por estos medios de comunicación, se puede comprobar cómo la práctica totalidad de la cultura humana –lo que el hombre piensa y hace- está influenciada por el demonio: la moda indecente e impúdica; la música del género que sea –cumbia, rock, música pop-, que induce al sexo desenfrenado, al alcohol, a la drogadicción; los homicidios, los adulterios, las venganzas, las matanzas, los asesinatos, los robos, las violencias, las guerras, etc. etc. Y como si esto fuera poco, el silencioso genocidio del aborto. Todo el quehacer humano, en la actualidad, es explícita o implícitamente satánico, puesto que el grado de perversión y de malicia que se observa en estas manifestaciones, distan mucho de ser explicadas por las solas pasiones humanas. Es el ángel caído el que, inficionando el corazón del hombre, induce a este a crear la actual civilización atea, materialista, hedonista. Un reflejo de esta civilización sin Dios son los domingos, en los que los templos están vacíos, mientras están saturados de católicos tibios y apóstatas los estadios de fútbol, los parques de diversiones, los centros de compras…
            En el evangelio, Cristo expulsa al demonio del cuerpo de un poseso. Hoy, debería expulsarlo de toda la sociedad y de todas las manifestaciones perversas de la sociedad, puesto que nos encontramos en un momento en el que las fuerzas del infierno parecen ya haber triunfado no sobre un hombre aislado, como el poseso del evangelio, liberado por Jesús, sino sobre toda la humanidad.
            Sin embargo, si hoy el ataque del infierno es feroz y despiadado, más que en tiempos de Jesús, también nosotros poseemos una extraordinaria defensa, y también ataque contra las fuerzas del infierno: es la Virgen María, ante cuyo nombre tiembla de terror el infierno entero. En época de Jesús la Virgen no actuaba contra el demonio, porque no era todavía el tiempo de su pública actuación fijado por la Divina Providencia. Pero nuestros tiempos son los tiempos de María, la Mujer del Génesis, la Mujer del Apocalipsis, que aplasta la cabeza de la serpiente infernal con su delicado piececillo de doncella. ¿Cómo es posible esto? Porque la fuerza omnipotente de Dios actúa a través suyo, y es por este motivo que para el demonio el pie de la Virgen, con el cual aplasta su soberbia cabeza, tiene el peso de miles de millones de toneladas, y todavía más.
            Si en el evangelio aquellos que eran atormentados por los demonios, podían recurrir sólo a Jesús, nosotros en cambio, podemos recurrir a Él y a la Virgen María, Vencedora del infierno con la gracia de su Hijo Jesús. 

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