viernes, 20 de enero de 2012

La prédica del Evangelio y la expulsión de demonios nos llaman a la conversión



“Los envió a predicar con el poder de expulsar demonios” (Mc 3, 13-19). Jesús envía a los Apóstoles a predicar, pero les da además el poder de expulsar demonios. Estas dos acciones nos hablan de un mundo sobrenatural, un mundo que está más allá de lo que podemos ver y entender, un mundo al que estamos destinados, del cual los Apóstoles de Jesús vienen a darnos noticia para que nos preparemos.
Jesús envía a los Apóstoles a predicar y a expulsar demonios, y estas dos cosas que hacen los Apóstoles, nos hablan del mundo sobrenatural que está más allá de esta vida, que es perfectamente perceptible después de la muerte.
La prédica nos habla del mundo de luz, de amor y de paz, que es el Reino de los cielos, y para poder llegar a este Reino, es que tenemos convertir el corazón, porque de lo contrario, con un corazón no convertido, con un corazón vuelto hacia las creaturas, vacío del amor de Dios, incapaz de perdonar y de pedir perdón, jamás podremos entrar.
La expulsión de los demonios, nos habla por el contrario del tenebroso reino del infierno, el lugar creado por Dios para los ángeles apóstatas, para aquellos que voluntariamente se decidieron contra Dios, y al que irán indefectiblemente aquellos que no quieran cambiar su corazón, que no acepten a Jesucristo como el Salvador, a quienes rechacen la Cruz y la gracia de Dios. Los demonios no son seres de fantasía, sino seres reales, espirituales, ángeles que conservan todo el poderío de su naturaleza angélica, pero que han perdido la gracia de Dios para siempre, y con la gracia, han perdido el amor divino, y por lo tanto sólo albergan odio contra Dios y contra la imagen de Dios, el hombre. Los demonios son miles de millones, y se encuentran por todas partes, rodeando al hombre y entorpeciéndolo, tomando posesión de sus cuerpos y envenenando sus almas, buscando hacerlos caer en la desesperación, para arrastrarlos al infierno, como inútil venganza contra Dios por haberlos expulsado del cielo. Quien niega la existencia del demonio y su capacidad de odio y de mal, en algún momento se encontrará cara a cara con él y creerá, aunque para ese entonces ya será muy tarde.
Predicar y expulsar demonios son acciones de los Apóstoles que, de parte de Jesucristo, vienen a hablarnos de la vida sobrenatural, del cielo y del infierno, para sacarnos de nuestro letargo espiritual y llevarnos a la conversión, que es el inicio de la santidad.
También la Iglesia predica y expulsa demonios, y con eso nos habla del Reino de los cielos y del reino de las tinieblas. Pero hace todavía más que eso: trae a este mundo, por la Santa Misa, por la consagración eucarística, al Rey de los cielos, Jesucristo, al tiempo que aleja de los hombres, al enceguecerlo con la luz de la Eucaristía, al Príncipe de las tinieblas.
Por lo tanto, así como escuchar la prédica  de los Apóstoles, y asistir a sus exorcismos, no podía nunca dejar indiferentes a quienes eran testigos, puesto que era un llamado a la conversión, así también asistir a Misa, el sacrificio santo del altar por el que la Iglesia trae a nuestro mundo y a nuestro tiempo al Rey de los cielos, Jesús en la Eucaristía, al tiempo que aleja al demonio de la vida de los hombres, que no puede soportar el resplandor de la Eucaristía, así también asistir a Misa –aún si asistiera a una sola Misa en su vida- no puede ser un acto intrascendente en la vida del cristiano, sino que debe despertarlo de su sopor espiritual e iniciar en él el camino de la conversión, que lo conduce a la feliz eternidad.  

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