viernes, 3 de febrero de 2012

El camino para ir al cielo: rezar, obrar la misericordia, hacer apostolado, luchar contra la tentación



(Domingo V - TO - Ciclo B - 2012)
         “Jesús se retiró a orar” (Mc ). Luego de realizar varios signos prodigiosos, como curar enfermos –entre ellos, la suegra de Pedro-, expulsar demonios y luego de predicar el evangelio, Jesús se retira “a un descampado” a orar.
         No se trata de una mera narración de un día más en la vida de Jesús: en este Evangelio Jesús nos muestra cómo debe ser el plan de vida de un cristiano para llegar al cielo: asistir a los enfermos, luchar contra los verdaderos enemigos del hombre, que son los demonios, hacer apostolado en su ambiente de vida y de trabajo, y orar. De todo esto, lo más importante es la oración, porque por la oración el alma recibe la vida, la luz y el amor de Dios, que le permiten hacer todas las otras cosas.
         En otras palabras, quien quiera salvar su alma, quien quiera habitar en las moradas de Dios Trinidad por toda la eternidad, no tiene que hacer otra cosa que lo que Jesús hace en este evangelio.
         Jesús cura a la suegra de Pedro y a varios enfermos: el cristiano, a imitación de Jesús, debe prestar atención y cuidado a quienes están enfermos, del cuerpo o del espíritu. Es una de las acciones que abren las puertas del cielo, según las palabras de Jesús. Al final de los tiempos, en el juicio Final, Jesús dirá a los que se salven: “Venid, benditos de mi Padre, porque estuve enfermo y me cuidasteis”. Y al contrario, a los que se condenen, les dirá: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, porque estuve enfermo y no me cuidasteis”. Jesús está en todo prójimo, pero de manera especial en los enfermos, y es por eso que quien asiste a un enfermo, asiste a Cristo mismo que está en Él. Esto no significa que sea necesario fundar una congregación religiosa que se dedique a atender enfermos, como las Hermanas Misioneras de la Caridad, pues eso sería imposible para muchos. Está mucho más al alcance: se trata de visitar y asistir, en la medida de las propias posibilidades, a los seres queridos enfermos, o a algún prójimo desconocido, por ejemplo alguien internado en un hospital, que ha sido abandonado por su propia familia. El cristiano debe practicar esta obra de misericordia, visitar enfermos, pero no es la única, ya que la Iglesia propone catorce obras de misericordia, espirituales y corporales, para que el cristiano las practique y así haga méritos para llegar al cielo.
       Jesús expulsa demonios, y en esto también está el ejemplo de lo que cada cristiano debe hacer para llegar al cielo: no que se convierta él en un exorcista, porque eso es tarea del sacerdote ministerial, y solo aquel sacerdote designado por el obispo; la lucha contra el demonio que todo cristiano debe emprender consiste en discernir, con la luz de la gracia y del Espíritu Santo, las múltiples tentaciones que el Tentador arroja a cada paso, que buscan precisamente alejar al alma del camino de Dios. Por ejemplo, si Jesús dice que el que quiera seguirlo debe cargar su Cruz cada día y seguirlo, el demonio lo tienta con una vida más “relajada y tranquila”, sin tanto sacrificio ni cosas por el estilo. Si Jesús dice: “Ama a tus enemigos” y “Perdona setenta veces siete”, el Tentador dice: “No ames ni perdones; véngate de quien te hace mal o te persigue, por medio de la calumnia y la difamación”. No en vano San Pablo dice que “nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra las potestades oscuras de los cielos”, porque es el demonio, y todo su séquito de ángeles apóstatas, quienes tientan al hombre para que este deje de lado las enseñanzas de Jesús y obre de acuerdo a su perversa y torcida intención.
        Jesús predica el evangelio, y aquí también el cristiano tiene el modelo y el ejemplo de lo que debe hacer para ganarse el cielo. No quiere decir que para imitar a Jesús tenga que viajar a Palestina y vestir túnica y sandalias; la prédica de la Buena Noticia de Jesús la debe hacer en su ámbito de vida y de trabajo, con los seres que lo rodean, con los conocidos y los desconocidos, con los queridos y con los no tan queridos; en definitiva, todos tienen que ver en el cristiano un apóstol de Jesús que predica la Buena Noticia del Evangelio. Pero como el elemento central de esta Buena Noticia es la caridad, es decir, el amor sobrenatural a Dios y al prójimo, el cristiano no puede predicar el amor al mismo tiempo que, con sus palabras, sus deseos, sus obras, niega el amor. No puede el cristiano evangelizar un ambiente determinado, contaminado, por ejemplo, por la lascivia, si él mismo no lucha contra la tentación de la carne y se deja arrastrar por la lujuria; no puede el cristiano predicar de la vida eterna, y al mismo tiempo ser materialista, interesado solo en los bienes terrenos y en pasarla bien y disfrutar de la vida, porque esas son actitudes que niegan la vida eterna, porque para alcanzar la vida eterna se debe desprender de las cosas materiales y vivir la mortificación de los sentidos; no puede el cristiano evangelizar su ambiente, familiar, de estudio, de trabajo, contaminado por la adoración idolátrica del fútbol, de la política, de la televisión, si él mismo no es un adorador de la Eucaristía.
        Jesús va a un descampado a orar, y aquí está el más grandioso ejemplo que Jesús nos deja si queremos llegar al cielo: la oración, porque si no hay oración, nada de lo que haga el cristiano tiene valor. Por el contrario, sin oración, aún si el cristiano tuviera ocupadas las veinticuatro horas del día visitando enfermos y presos, dando de comer a los pobres, haciendo oraciones de sanación para expulsar demonios, y evangelizando, aún si hiciese esto, pero no rezara, estaría cayendo en un grave error, en un peligrosísimo error, una herejía que lo convertiría en el más abominable de todos los herejes, porque estaría cometiendo la herejía del activismo, en donde se confía más en las propias fuerzas y en la propia actividad, que en la gracia de Dios. Se trata de un error gravísimo, porque en el fondo, si ocupo las veinticuatro horas del día en hacer cosas, aun cuando sean buenas y sean para el Reino de Dios, pero no pongo a la oración en el lugar central, con mi actividad frenética y febril, niego en la realidad al Dios en quien digo creer, para erigirme yo mismo en mi propio dios, que todo lo puedo con mi esfuerzo.
         Por el contrario, quien pone en primer lugar a la oración, reconoce su nada y su miseria –“nada mas pecado”, dicen los santos-, y postrado espiritualmente ante Dios Trino, recibe de Él su luz, su gracia, su perdón, su vida, su paz, su amor. En la oración, el alma nunca está sola, y nunca deja de ser escuchada, y no solo, sino que nunca se queda sin recibir de Dios su palabra, aún cuando no escuche su voz audiblemente.
         Sin oración, ninguna actividad, por buena que sea, tiene sentido ni es meritoria para ganar el cielo; con oración, por el contrario, aún la acción más insignificante, como por ejemplo, dar un vaso de agua en nombre de Cristo, abre las puertas del cielo, porque conmueve al corazón de Dios.
         Rezar, visitar enfermos y presos, hacer apostolado en el propio ámbito de vida y de trabajo, luchar contra la tentación que como trampa tiende el Tentador, este es el sencillo y único camino que conduce al Cielo, el Camino Real de la Cruz, el que nos muestra Jesús.

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