viernes, 6 de abril de 2012

Viernes Santo



“Voy a beber la copa que me da mi Padre” (cfr. Jn 18, 1-40. 19, 1-42). Cuando Pedro intenta resistir al arresto de Jesús, Jesús responde con esta frase: “Tengo que beber la copa que me da mi Padre”. ¿De qué copa se trata?

Los judíos, en Pascua, bebían una copa, en recuerdo de las maravillas obradas por Dios en su favor. El padre de familia iniciaba el rito pascual, elevando la copa de bendición, iniciando la conmemoración de los milagros obrados a favor de Israel . Luego de brindar con vino en el cáliz de bendición, comían verduras amargas y carne de cordero asada, para conmemorar la liberación de Egipto. Los judíos sabían de qué copa se trataba: era el cáliz o la copa de bendición, con la cual los judíos celebraban su pascua y conmemoraban los milagros hechos por Yahvéh en su favor.

Por eso a Pedro le resulta familiar el hecho de que Jesús diga que va a beber del cáliz del Padre. Pero en el Huerto de los Olivos, que es donde Jesús pronuncia esa frase, no están en ambiente de celebración, por el contrario, el ambiente es dramático, porque los judíos y los romanos están por arrestar a Jesús para condenarlo a muerte. Los judíos sabían entonces qué era el “cáliz de bendición”, y por eso la frase les resulta familiar. Pero Jesús está hablando de otra copa, de otro cáliz, de otra pascua: una copa, un cáliz y una Pascua nuevos, eternos, definitivos, para siempre.

Ahora Jesús, que inaugura una nueva Pascua, que suprime a la judía, bebe de una copa que le da el Padre, una copa nueva, llena de su propia sangre, la sangre del cordero pascual.

A diferencia de la copa que bebían los judíos en su pascua, que tenía sabor a vino, la copa que le da el Padre es una copa de sabor amargo, muy amargo, porque es la copa en la que se contiene la dolorosa Pasión del Siervo de Yahvéh.

Es llamativo que en los evangelios que preceden inmediatamente a la semana de la Pasión, aparece en varios lugares la intención de los judíos: “matar a Jesús”. Es este el doloroso cáliz, la amarga copa que el Padre da de beber a su Hijo Unigénito: la condena a muerte en juicio injusto, la flagelación inhumana, que mataría a cualquier hombre común, pero no al Hombre-Dios, aunque lo lleva a sobrepasar los límites de la tolerancia humana; la coronación de espinas, signo de la extrema humillación; el abandono de todos, hasta pareciera que del mismo Padre –“Dios mío, porqué me has abandonado”, dice Jesús en la cruz-, abandono que experimentan todos los que son condenados a muerte; la soledad, mitigada por la presencia de María al pie de la cruz; la agonía humillante y dolorosísima de la muerte en cruz a manos de los judíos y de los romanos.

“Voy a beber la copa que me da mi Padre”. Lejos de rechazar el cáliz amargo de la Pasión, el Hombre-Dios bebe hasta las heces del cáliz, bebe hasta el último sorbo, bebe todo el cáliz de la ira divina, para que este no se derrame sobre los hombres.

“Voy a beber la copa que me da mi Padre”. El Hombre-Dios bebe hasta la última gota del amargo cáliz de la Pasión y con el cáliz del dolor, bebe todo el dolor de la humanidad, bebe y lleva consigo todo el dolor de todos los hombres de todos los tiempos, porque el dolor es consecuencia del pecado que aleja de la fuente de la felicidad, que es Dios.

“Voy a beber la copa que me da mi Padre”. Bebiendo del cáliz amargo de la Pasión, que le da el Padre, el Hombre-Dios atrae sobre sí la ira divina, y la ira divina se descarga sobre Él para no descargarse sobre los hombres y al mismo tiempo permite que el Espíritu Santo se derrame sobre los hombres, convirtiéndolos en hijos adoptivos de Dios.

“Voy a beber la copa que me da mi Padre”. Cada cristiano, al estar incorporado a Cristo por el bautismo, en el momento de la comunión, puede beber del mismo cáliz amargo de la Pasión, puede unirse a los dolores y a la amargura de Cristo en el Huerto de los Olivos, en la Vía Dolorosa, en el Monte Calvario, en la cruz, para así, unido a Cristo, convertido en Cristo, sea, junto con Él, redentor de la humanidad.

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