domingo, 29 de abril de 2012

Yo Soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas



(Domingo IV - TP – Ciclo B – 2012)
“Yo Soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (cfr. Jn 10, 11-18). Para graficar la inmensidad del Amor divino por el hombre caído en el pecado, Jesús usa una imagen, la del pastor con sus ovejas, figura que es familiar no solo para la gente de su época, los habitantes de Palestina del año 30 d. C., sino también para la totalidad de las culturas de todos los tiempos.
Con la imagen de un pastor de ovejas, que no solo va en busca de la oveja extraviada, sino que arriesga su vida para rescatarla, Jesús quiere darnos a conocer el misterio del Amor divino por el hombre, y sobre todo el hombre caído en el pecado: así como un pastor, al percatarse que una de sus ovejas ha extraviado el camino, deja al redil en lugar seguro y va a buscarla, así Dios, viendo que el hombre se ha desviado del camino que lo conduce a Él, va en su búsqueda.
Y al igual que un pastor, que decide bajar al barranco porque ve que su oveja no solo se ha perdido, sino que se ha desbarrancado y ha caído en lo hondo del precipicio, así Dios decide auxiliar al hombre que ha caído, desde las alturas de la vida de la gracia en que fue creado, al abismo del pecado.
En la imagen que usa Jesús, la oveja perdida y desbarrancada corre peligro de muerte, porque si no es auxiliada terminará por morir, ya sea de hambre y sed, o por las heridas recibidas, o por la voracidad de los animales salvajes como el lobo, que harán presa fácil de ella. Del mismo modo el hombre, que yace a causa del pecado original en el barranco de la ausencia de Dios, es también fácil presa de los lobos del mundo espiritual, los ángeles caídos, que se arrojan sobre el alma sin Dios con más furia que un lobo sobre su presa.
A su vez, la oveja cae en el barranco porque, desatendiendo los silbidos del pastor, que guía al rebaño a un lugar seguro, se aparta para buscar, por sí misma, pastos que le parecen más apetitosos que aquellos de los que se alimenta el resto de las ovejas. De esta manera, se interna en un sendero cada vez más angosto, que no la lleva a ninguna parte, puesto que finaliza en un peligroso escarpado, al tiempo que no le permite retornar, y cuando lo intenta, cae por el barranco, golpeándose con las piedras de la ladera, fracturándose los huesos y desgarrándose la piel. Es así como queda, tendida en el barranco, sin posibilidad alguna de salir de esta situación que la conduce a la muerte.
Esta actitud temeraria de la oveja que se separa del redil, representa a los cristianos católicos, bautizados, que por un motivo u otro, se alejan de la Iglesia y de su Pastor, Jesucristo, representado en Persona en el Santo Padre. Quien se aleja del Magisterio de la Iglesia, rechazando la comunión con la sede de Pedro, se expone al gravísimo peligro de caer en el abismo de la ignorancia, del error y de la herejía.
El otro aspecto que debemos considerar en esta parábola es la actitud del buen pastor, que da la vida por las ovejas, opuesta a la del mal pastor, aquel que obra solo por el salario, sin importarle ninguna otra cosa.
El buen pastor, al ver a su oveja perdida yaciendo en el fondo del barranco, dejando a seguro las demás ovejas, arriesga su vida, porque decide ir en su rescate, sin importarle si es demasiado joven, o vieja, o si está muy herida; baja por la ladera del precipicio apoyándose en su bastón, con mucho cuidado, porque un paso en falso puede hacerlo caer y golpear su cabeza con las piedras y así perder la vida. El mal pastor, por el contrario, prefiere no arriesgar su vida, y dejar a la oveja herida que agonice en el fondo del precipicio, puesto que en su razonamiento, no vale la pena preocuparse por una oveja herida, y la deja abandonada a su suerte, para que sea devorada por los lobos, quienes se sienten atraídos por la sangre fresca que mana de sus heridas.
El Buen Pastor, el Pastor Sumo y Eterno, es Jesucristo, que baja no a la ladera de un barranco, sino a esta tierra, desde el seno del Padre, encarnándose en el seno de la Virgen, y el bastón con el cual desciende a nuestro abismo es la Cruz; y al llegar, cura al alma con el aceite de su gracia y la alimenta con su Cuerpo y su Sangre, y luego la carga sobre sus hombros, para ascender al Cielo, ya resucitado, y dejarla a salvo en los pastos eternos, el seno de Dios Padre en la eternidad.
Con la parábola del Buen Pastor, Jesús nos quiere hacer ver, entre otras cosas, que sólo la Iglesia, bajo la guía del Vicario de Cristo, es el único lugar seguro que alimenta al alma, la oveja del redil divino, con el pasto verde y el agua fresca de la Verdad eterna del Ser trinitario, revelada en Cristo Jesús.

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