miércoles, 23 de mayo de 2012

Como el Padre me envió al mundo, así Yo los envío al mundo



“Como el Padre me envió al mundo, así Yo los envío al mundo” (Jn 17, 11-19). Así como el Padre envió a Jesús al mundo, a encarnarse, por Amor, puesto que fue el Espíritu Santo quien lo trajo desde el seno eterno del Padre al seno virgen de María en el tiempo, así el mismo Jesús, enviará a sus discípulos y a la Iglesia a misionar al mundo, llevados por el mismo Espíritu Santo.
Esto quiere decir que el motor de toda la misión de la Iglesia, y el motor de todo apostolado de los cristianos, y el motor de todo lo que el cristiano obre en la Iglesia, es –o al menos, debe ser-, el Amor de Dios. Es el Espíritu Santo el que lleva a la Iglesia a comunicar la Buena Noticia de la Pasión salvadora de Jesucristo al mundo, y debe ser el Amor de Dios, por lo tanto, el motor del movimiento de toda la vida del cristiano.
El cristiano, el verdadero cristiano, obra en el mundo movido por el mismo Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino; el verdadero cristiano, da testimonio de Jesucristo, llevado por el Amor de Dios, ante todo con sus obras de misericordia.
Cualquier otro motivo que lleve a obrar al cristiano –intereses mundanos, intereses propios, o cualquier otro interés-, que no sea pura y exclusivamente el Amor divino, constituye una muestra de egoísmo y de mezquindad por parte de ese cristiano, y una negación y una traición a la misión encomendada por Jesús.

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