martes, 15 de mayo de 2012

Les conviene que Yo me vaya para que les envíe el Paráclito


“Les conviene que Yo me vaya para que les envíe el Paráclito” (Jn 16, 7).  Jesús anuncia su Pasión y su muerte, su Pascua, su “paso” de este mundo al otro, y a la  tristeza que este anuncio les produce a sus discípulos, le sigue la revelación de algo que quitará esa tristeza para siempre, dando lugar a una alegría sin fin: el don del Espíritu Santo.
Toda la Pasión de Jesús tiene este fin: donar el Espíritu Santo, el Amor divino, a su Iglesia y a sus discípulos.
Esta es la respuesta de Dios a la malicia de los hombres, que crucifican a su Hijo: enviarles el Espíritu Santo, su Amor, como sig,no indudable de su perdón.
Y será el Espíritu Santo el que, iluminando las mentes de los discípulos, les hará ver plenamente cuál es el sentido último de la existencia del hombre en la tierra, y cuáles son las realidades sobrenaturales en las que el hombre está inmerso, y que condicionan su destino eterno: el Demonio, “Príncipe de este mundo”, como lo llama Jesús; su aguijón mortal, que es el pecado, el cual conduce a la muerte eterna.
El Espíritu Santo hará ver a los discípulos que esta vida es solo un anticipo de la otra, la eterna; un breve paso, “una mala noche en una mala posada”, como dice Santa Teresa de Ávila, y que por lo tanto el hombre no debe poner sus esperanzas en esta vida, sino en la otra; el Espíritu Santo hará ver también que el hombre se enfrenta a tres grandes y poderosos enemigos de su vida y de su felicidad eterna, el demonio, el pecado y la carne, pero hará ver y comprender también que es Cristo quien ha derrotado a estos tres formidables enemigos desde la Cruz, dando lugar a la esperanza y a la alegría “que nadie podrá quitar”.
Y es en esta verdad en donde radica la alegría del cristiano, en medio de las tribulaciones y pruebas de esta vida terrena.

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