jueves, 14 de junio de 2012

Dios es el Dios de los vivientes y no de los muertos



“Dios es el Dios de los vivientes y no de los muertos” (Mc 12, 18-27). Con esta frase, Jesús termina por afirmar la verdad de la resurrección de los cuerpos, verdad negada por la incredulidad de la secta de los saduceos.
Esta incredulidad, lejos de atenuarse con el paso de los siglos, ha ido en aumento creciente, hasta hacerse prácticamente universal, aún en la misma Iglesia Católica, llamada a proclamar en el mundo la alegre noticia de la resurrección de los muertos, obtenida como don para la humanidad por la muerte de Jesús en la Cruz.
La gran mayoría de los cristianos católicos repiten el error de los saduceos, puesto que día a día desmienten, con los hechos y en la práctica, lo que alguna vez aprendieron y debían testimoniar: la resurrección y la vida eterna.
Los cristianos de hoy en día, en su gran mayoría, viven como paganos, sin pensar en la muerte, sin pensar en la resurrección; muchísimos cristianos no toman conciencia de que cada día que pasa es un día menos para su propia muerte, y mucho menos piensan que luego de la muerte viene la resurrección del cuerpo, y que esta puede ser para la salvación eterna en el cielo o para la condenación eterna en el infierno.
El cristiano está llamado a “vivir en el mundo sin ser del mundo” (cfr. Jn 17, 14-16), sin dejarse contaminar por el materialismo, el hedonismo, el individualismo, y está llamado a dar testimonio no solo de que Cristo ha resucitado, levantándose de la piedra del sepulcro, sin que está vivo, glorioso, con su Cuerpo resucitado, en el altar, en el sagrario, en la Eucaristía.

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