jueves, 28 de junio de 2012

El que escucha la Palabra y la pone en práctica entrará en el Reino



“El que escucha la Palabra y la pone en práctica entrará en el Reino” (cfr. Mt 7, 21-29). Jesús pone el acento en la práctica de la Palabra escuchada: el que escucha y practica, es el que “construye en roca firme”, es el que “entrará en el Reino”, porque será “reconocido” por Él. Por el contrario, el que escucha y no practica, “construye sobre arena” y no entrará en el Reino” porque “no será reconocido” por Jesús.
         La puesta en práctica de lo que se conoce teóricamente es esencial en el hombre para conocer cuál es su última intención, debido a la naturaleza misma del hombre, compuesta de materia y espíritu, de un alma “interior” y de un cuerpo “exterior”: el hombre es alma y cuerpo en unidad substancial, de modo tal que su expresión más perfecta es aquella originada en su interior que se completa con la obra exterior. Así, al buen pensamiento y al buen deseo, le debe seguir la buena obra, para que se refleje en esta la totalidad del hombre. En caso contrario, los buenos pensamientos y los buenos deseos quedan solo como expresiones de deseo que nunca se concretan; en este caso, la ausencia de acción buena contradice al buen pensamiento y al buen deseo, y en la práctica, la ausencia de bien es igual al mal.
         En otras palabras, no da lo mismo obrar la misericordia o no obrarla: en el primer caso, el hombre demuestra que quiere imitar a Cristo; en el segundo caso, al no obrar –siempre por negligencia, se entiende-, demuestra con su falta de obras que la imitación de Cristo no le interesa. En la misma línea, sostiene el Papa Benedicto XVI que “el cristiano debe pensar, actuar y amar como Jesús”[1]; sólo en ese caso demostrará no solo unidad en todo su ser, sino también que la imitación de Cristo en el amor es el objetivo de su paso por la tierra.
         No es lo mismo, por lo tanto, saber cuáles son las obras de misericordia, y a pesar de eso no ponerlas en práctica, a saberlas y ponerlas en práctica. Quien sabe y no obra, no entrará en el Reino de los cielos. Quien sabe y obra, sí entrará. Ésa es la única lógica de la salvación eterna.
        

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