viernes, 15 de junio de 2012

Solemnidad de Corpus Christi – Ciclo B – 2012



         En la solemnidad de Corpus Christi resalta el contraste que existe entre el mundo –entendido este no como la Creación, que en sí es buena, por venir de Dios, sino como aquello que se opone a la santidad de Dios, es decir, lo “mundano”-, y la Iglesia: mientras el mundo confía en el poder del dinero, en la fuerza de las armas, en la violencia, en la astucia, en la política, en el oro, en los medios de comunicación, la Iglesia, por el contrario, pone toda su confianza en algo que es, en apariencia, muy frágil; algo que precisamente por su apariencia, frágil y de poco valor, pasa desapercibido para el mundo; algo que, materialmente, no cuesta prácticamente nada -¿cuánto puede costar, en términos monetarios, un poco de agua y un poco de trigo?-, y eso que parece tan frágil y de tan poco valor a los ojos del mundo, en lo que la Iglesia pone absolutamente toda su confianza, es la Eucaristía.
         Para el mundo, la Eucaristía no vale nada, porque es algo muy simple, de escaso valor, ya que parece solo un poco de pan.
         Pero no solo para el mundo la Eucaristía no vale nada: lamentablemente, también para muchos cristianos, la Eucaristía no tiene valor, ya que la dejan de lado por los atractivos del mundo, las diversiones, por el placer, por el dinero, por el deporte, por la política. Para muchos cristianos, los Domingos, si no se hace algo “divertido”, se “aburren”, y esto es así porque en su espíritu mundano el fin de semana y el Domingo son “días de diversión”, y es así como buscan divertirse, llenando los estadios de fútbol y vaciando las iglesias, lo cual sucede porque que desprecian a la Eucaristía y tienen en nada su valor.
         Pero lo que el mundo desprecia, sí lo valoran lo ángeles y los santos en el cielo, y el “resto fiel”, quienes saben que la Eucaristía no es un pancito bendecido en una ceremonia religiosa dominical obligatoria para no caer en pecado: saben que la Eucaristía es Cristo Dios en Persona, con su Cuerpo resucitado, glorioso, vivo, lleno de la luz, de la gracia y del Amor divino.
         Ante la Eucaristía, los ángeles más poderosos del cielo inclinan sus cabezas y se anonadan en su presencia, adorándola con toda la fuerza de sus angélicos seres, y lo mismo hacen los innumerables santos del cielo, y lo mismo hacen los cristianos que, iluminados por el Espíritu Santo, ven en el sacramento del altar al Dios Tres veces Santo, Jesucristo.
         Por este motivo, para ellos, para los que aman a Dios, la Eucaristía es un tesoro de valor imposible siquiera de ser imaginado, puesto que ante ella la majestad y hermosura de los cielos eternos queda reducida a la nada más absoluta, ya que son conscientes de que la Eucaristía contiene al Sagrado Corazón de Jesús, de donde mana la Misericordia Divina y el Amor eterno de Dios Trino como de una fuente inagotable.
         Dejemos de lado la visión mundana, y apreciemos el valor incalculable del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo, presentes en el santo sacramento del altar, ya que se ha quedado en la Eucaristía para acompañarnos en nuestro peregrinar por el desierto de la vida terrena hacia los prados eternos del Reino de los cielos.
        
        

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