lunes, 16 de julio de 2012

¡Ay de ti, cristiano tibio, porque no supiste aprovechar el don de mi Amor!



“¡Ay de ti Corozaim! ¡Ay de ti, Betsaida! ¡Si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en se hicieron en ustedes, hace rato se habrían convertido!” (Mt 11, 20-24). Jesús se lamenta por la frialdad, indiferencia y dureza de corazón de las ciudades hebreas de Corozaím y de Betsaida, ciudades pertenecientes al Pueblo Elegido, y las compara con las ciudades paganas de Tiro y Sidón: si se hubieran hecho los milagros que se hicieron en ellas, las ciudades paganas se habrían convertido ya hace tiempo, al contrario de las ciudades en donde Jesús obró milagros. En el Día del Juicio, esas ciudades, paganas, serán juzgadas con menos rigurosidad que aquellas en las que se obraron milagros.
Sin embargo, no son solo las ciudades hebreas las que, a pesar de ser testigos y beneficiarios de los milagros de Cristo –resurrección de muertos, curación de enfermos, expulsión de demonios-, no se convierten: lo mismo se puede decir de un gran número de cristianos, en quienes Dios Trino ha obrado milagros de una grandeza infinitamente mayor, y aún así no se convierten, prefiriendo la vida pagana antes que la vida de la gracia.
Millones de cristianos han recibido milagros asombrosos, inimaginables para el hombre y para el ángel, como por ejemplo el bautismo, en donde al alma no solo se le borra el pecado original y se lo sustrae del poder del demonio, sino que se le concede la filiación divina, algo que no han recibido ni los más poderosos ángeles del cielo, y aún así prefieren ser llamados hijos de las tinieblas, por sus malas obras.
Muchísimos cristianos han recibido el perdón divino en cada confesión, al precio de la Sangre del Hombre-Dios, algo que no han recibido ni recibirán nunca los ángeles apóstatas, y sin embargo, en vez de perdonar a su vez a su prójimo, planean noche y día planes de venganza, o bien continúan impenitentes, sin propósito firme de enmienda.
Muchísimos cristianos reciben día a día la mayor muestra de amor que puede dar Dios a la criatura, y es el don de sí mismo en la Eucaristía, y sin embargo la gran mayoría continúa con su corazón apegado a los placeres del mundo.
Con toda seguridad, si en los paganos se hicieran estos milagros, sus corazones se encenderían inmediatamente en el fuego del Amor divino, que es lo contrario a lo que sucede con los católicos tibios.
Por eso Jesús puede decir a estos cristianos: "¡Ay de ti, cristiano tibio, porque no supiste aprovechar el don de mi Amor! ¡Si a los paganos hubiera adoptado como hijos de Dios, les hubiera perdonado sus pecados al precio de mi Sangre, y les hubiera alimentado con mi Cuerpo resucitado, hace rato arderían de amor por Mí! ¡Tú, en cambio, en vez de convertir tu corazón, pisoteas mis dones y te vuelcas a las creaturas! ¡Arrepiéntete antes de que sea demasiado tarde!".

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