miércoles, 18 de julio de 2012

Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré



“Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré” (cfr. Mt 11, 28-30). Cuando Jesús dice estas palabras alentadoras, provocan alivio en el alma que está pasando por una tribulación, porque Jesús realmente alivia el peso de la cruz de quien se acerca a su Sagrado Corazón. Jesús alivia verdaderamente a quien se acerca a Él.
Pero podríamos preguntarnos de qué manera lo hace, porque en la Pasión lleva una cruz muy pesada, tan pesada, que lo hace caer varias veces; podríamos preguntarnos de qué manera puede Jesús cumplir su promesa, si Él mismo tuvo que ser ayudado por el Cireneo para llevar su propia cruz.
Y es que en realidad, la promesa de Jesús de aliviar el peso de nuestra cruz, ya está cumplida en su propia Pasión –aún cuando dé la impresión de que Jesús a duras penas puede llevar su propia cruz-, porque en su cruz y en sus espaldas, lleva el peso de todos nuestros pecados, de todas nuestras aflicciones, de todos nuestros agobios, de todas nuestras cruces. Y si el Cireneo lo ayuda, es Él quien le da de sus fuerzas al Cireneo para que lo ayude a llevar la cruz, y no al revés.
“Venid a Mí los afligidos y agobiados y Yo os aliviaré”. Al contemplar a Jesús camino al Calvario, llevando sobre sus hombros heridos la pesada cruz de madera, contemplamos cómo el Hombre-Dios lleva sobre sus hombos nuestra propia cruz; contemplamos cómo el Sagrado Corazón toma sobre sí todas las aflicciones y amarguras de los hombres, incluidas las nuestras, y las quema en el fuego del Amor de Dios.
En el altar de la cruz, y en la cruz del altar, adonde Jesús lleva nuestras aflicciones y nuestros pecados para consumirlos en el fuego del Espíritu, es donde Jesús cumple su promesa: “Venid a Mí los afligidos y agobiados y Yo os aliviaré”.

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