domingo, 26 de agosto de 2012

¡Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos!



“Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos” (cfr. Mt 23, 13-22). En este pasaje del Evangelio, Jesús se muestra particularmente molesto e irritado contra los fariseos, y da muestra de este enojo e irritación la sucesión de adjetivos con los que los califica: hipócritas, ciegos, insensatos. La dureza de su reproche se acentúa todavía más, cuando se considera que los fariseos eran individuos religiosos, que se jactaban precisamente del cumplimiento escrupuloso de las prescripciones legales, de su dedicación al Templo, y de su conocimiento de las Escrituras. Pero Jesús no les reprocha esta dedicación y este cumplimiento de normas, ni el conocimiento de las Escrituras: les reprocha la doblez de corazón –eso es lo que significa “hipócrita”-, pues mientras dicen orar a Dios, menosprecian a su prójimo; les reprocha su ceguera espiritual, porque aprecian más el oro y la ofrenda del altar, antes que a Dios, por quien el oro y la ofrenda tienen sentido; les reprocha su insensatez, porque cuando hacen algún prosélito, en vez de acercarlo al Dios verdadero, lo alejan de Él al enseñarle a ser hipócrita como ellos.
Como cristianos, no debemos pensar que el reproche de Jesús se limita a los fariseos y que a nosotros no nos llega, ya que también podemos caer en el mismo error farisaico: de hecho, somos fariseos cuando usamos la religión para aparecer ante los demás como buenos, mientras que en nuestro interior murmuramos contra el prójimo; somos fariseos cuando rezamos y cumplimos el precepto dominical, pero somos al mismo tiempo indiferentes a las necesidades materiales y espirituales de quienes sufren; somos fariseos cuando decimos amar a Dios pero atribuimos maldad a las intenciones de nuestro prójimo; somos fariseos cuando juzgamos a nuestros hermanos en Cristo por su apariencia y por lo que tienen, en vez de considerarlos “superiores a nosotros mismos” (cfr. Fil 2, 3), como lo pide San Pablo.
“Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos”. Sólo la gracia santificante de los sacramentos previene y cura de ese cáncer espiritual que es el fariseísmo, ya que destruye a la hipocresía, al conceder al corazón el Amor mismo de Dios; cura la ceguera espiritual, iluminando los ojos del alma con la luz de la fe, y sana la insensatez, dando a la razón humana la Sabiduría divina.

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