sábado, 4 de agosto de 2012

Yo Soy el Pan de Vida. El que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí jamás tendrá sed



(Domingo XVIII – TO – Ciclo B – 2012)
         “Yo Soy el Pan de Vida. El que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí jamás tendrá sed” (Jn 6, 24-35). Jesús se revela como el Pan de Vida, y dice que quien coma de ese pan, que es su Cuerpo, jamás tendrá hambre, y quien crea en Él, jamás tendrá sed. Pareciera entonces que quien recibe la comunión sacramental, no debería volver a experimentar ni hambre ni sed, pero es de experiencia de todos los días que, aun cuando comulgamos, debemos alimentarnos e hidratarnos, puesto que, de otro modo, moriríamos de hambre y de sed en poco tiempo.
         ¿Por qué entonces Jesús dice que, siendo Él el Pan de Vida, es decir, siendo Él la Eucaristía, quien coma de ese Pan no tendrá hambre ni sed?
         Porque es verdad que quien se alimenta de la Eucaristía, ya no necesita más alimento material, ni tampoco necesita beber líquidos para mantenerse vivo, porque est tanta y tan grande la gracia recibida de la Eucaristía, que esta sola basta para alimentar el alma con la substancia divina, y como el alma se extra-sacia de tan exquisito alimento, le comunica de su abundancia al cuerpo, y éste, así colmado con la substancia de Dios, no experimenta necesidad de alimento material alguno. Es esto lo que sucede en los casos documentados en la Iglesia, de santos y místicos que se alimentaron durante años solamente de la Eucaristía: Marta Robin, Teresa Newman, Alejandrina María da Costa, Santa Catalina de Siena, y muchos otros más.
Pero no es el caso común y corriente nuestro, y la razón está en nosotros mismos, ya que al comulgar, y al hacerlo tan distraídamente, no damos lugar a que la gracia divina actúe y deposite en nuestras almas todos los dones celestiales que cada comunión sacramental trae consigo. Es así que, aún cuando comulguemos todos los días, y hasta dos veces al día, nosotros mismos nos hacemos refractarios a los dones divinos.
Es esta saciedad corporal es la que habla Jesús cuando dice que el que se alimente de su Cuerpo y de su Sangre, no tendrá hambre ni sed: la saciedad que experimentaron los místicos que durante años se alimentaron de la Eucaristía, y no tuvieron necesidad alguna de ningún alimento natural.
Pero hay además otra saciedad a la cual hace referencia Jesús, y es la saciedad del espíritu: el espíritu humano, creado por Dios a su imagen y semejanza, y por lo tanto con capacidad de conocer la Verdad y de amar, pero apartado de Él por el pecado original, tiene una sed insaciable, que no puede ser apagada con ningún alimento material, ni con ningún bien creado, de Amor y de Verdad, y esta sed insaciable sólo la da Dios, y como Dios se ha encarnado en la Eucaristía para donarse como alimento celestial, como Pan de Vida eterna, sólo en la Eucaristía encuentra el hombre la satisfacción de su hambre y sed de Amor y de Verdad.
A esta otra saciedad hace referencia Jesús, y es por eso que les hace ver a los israelitas que el maná del desierto, el que les dio Moisés, no es el verdadero pan bajado del cielo, porque ese maná, si bien era milagroso, no dejaba de ser material, y quien lo comía, moría irremediablemente. Es Jesús el verdadero Pan bajado del cielo, que alimenta no con harina de trigo y agua, para el sostén del cuerpo y la saciedad del hambre corporal, sino que es el Pan del Cielo que alimenta con la substancia divina del Hombre-Dios, con la substancia misma del Ser divino, para el sostén del alma y la saciedad del hambre espiritual que de Dios tiene todo ser humano.
Así como los israelitas fueron alimentados en su paso por el desierto, hasta llegar a la Tierra Prometida, con el maná, el pan milagroso dado por Yahvéh, así también el Nuevo Pueblo de Dios, que peregrina por el desierto de la historia y de la vida humana hacia la Jerusalén Celestial, es alimentado por Dios Padre con el Verdadero Maná, la Eucaristía, el Verdadero Pan bajado del cielo, que alimenta al alma con la substancia misma de Dios, extra-colmándola de luz, de paz, de gracia, de Amor y de verdad divina.
Y al igual que sucede con el cuerpo, que al recibir el pan material recibe también el sustento que le permite conservar la vida, así también el alma, al recibir la Eucaristía, recibe el sustento que le da una nueva vida, la vida de la gracia. Se cumple así lo que dice la Escritura: “Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdadera”.
Este es el resultado, en el alma, de aquel que se alimenta del Pan de Vida eterna, la Eucaristía: la transformación en una nueva criatura, en una criatura que vive en la santidad, en la verdad, en la justicia y en el amor de Dios.
De esto se ve también el grave error de quienes, despreciando la Eucaristía por los manjares de la tierra, y por los bienes materiales, privan a sus almas de lo único que puede proporcionarles la paz, la alegría, el amor: el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad, de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios.

1 comentario:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar