miércoles, 7 de noviembre de 2012

“Alégrense conmigo porque encontré la dracma que se me había perdido”



“Alégrense conmigo porque encontré la dracma que se me había perdido” (Lc 15, 1-10). Con la parábola de una mujer que se alegra al encontrar una moneda que había extraviado, Jesús grafica la importancia que para el cielo y sus habitantes tiene la conversión de un pecador.
         El motivo es que el pecador convertido, al comenzar a participar de la vida del Hombre-Dios por la gracia, se asocia  a los ángeles del cielo, que viven de la vida divina que reciben en la contemplación de Dios Trino.
         La alegría de los ángeles se debe a que el pecador convertido comienza a ser, en la tierra, un foco de luz divina, que ilumina con la luz del Ser trinitario el mundo y la historia de los hombres, al tiempo que deja de ser lo que era hasta antes de la conversión, un ser que vivía en la oscuridad. La conversión significa para el alma recibir el influjo de vida divina, de amor celestial, de paz y de alegría sobrenaturales, que brotan del Ser trinitario como de una fuente inagotable, y que se difunden a los hombres desde el Corazón traspasado de Jesús en la Cruz. La conversión alegra a los ángeles porque el corazón convertido se acerca más a los ángeles de luz que a los hombres; un corazón convertido se parece más a un ángel que a un mortal, pero la alegría también la experimentan los ángeles porque la conversión del pecador significa que ha vuelto sobre sus pasos, y que si antes se dirigía, a toda carrera, hacia abajo, hacia el abismo del infierno, ahora, ya convertido, el pecador dirige sus pasos en dirección ascendente, hacia la cima del Monte Calvario, en donde se encuentran Cristo Jesús y María Santísima.
         La conversión quiere decir que el hombre pecador deja de estar cobijado bajo las siniestras alas del Dragón, para empezar a ser cubierto por el manto de María Santísima; deja de adorar los ídolos que ocupaban el lugar de Dios, para adorar, arrodillado al pie de la Cruz, al Dios verdadero, que dio su vida por él en la Cruz.
         La conversión significa que siente verdadera hambre y sed de Dios, que se dona en el Pan eucarístico y en el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, y ya no siente atractivo por los banquetes y placeres del mundo, por más atractivos que parezcan.
        La conversión implica dejar de ver la vida terrena como el fin último, para empezar a vislumbrar el destino de eternidad en los cielos, conseguido gracias al sacrificio de Jesús en la Cruz.
         Esta es la causa de la alegría de los ángeles en el cielo, cuando un pecador se convierte. 

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