jueves, 6 de diciembre de 2012

“Preparad el camino del Señor. Allanad los caminos, enderezad los senderos, al Señor, que viene (…) Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios”



(Domingo II TA Ciclo C 2013)
         “Preparad el camino del Señor. Allanad los caminos, enderezad los senderos, al Señor, que viene (…) Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3, 1-6). Juan el Bautista predica desde el desierto la próxima aparición pública del Salvador, pidiendo a todos los hombres que “preparen el camino del Señor”, para lo cual deberán “allanar los caminos, enderezar los senderos y aplanar las montañas”; sólo entonces los hombres verán “la Salvación del Señor”.
         Todo en el episodio hace referencia a realidades sobrenaturales: el desierto, en el cual predica el Bautista, es figura y representación del mundo sin Dios: así como el desierto es árido y sin belleza, en donde el ardor del sol del mediodía se contrarresta con el frío helado de la noche, y en donde abundan alimañas mortales como los escorpiones, las arañas y las serpientes, y las bestias salvajes, como los chacales del desierto, así el mundo sin Dios, en donde predica la Iglesia, es un mundo carente de belleza, porque Dios es la Belleza en sí misma, y en este mundo sin Dios los hombres experimentan el ardor de las pasiones desenfrenadas, que queman más que el sol al mediodía, y el frío helado del corazón sin amor, que hiela, más que los huesos, al alma entera; además, en el mundo, en vez de las alimañas y de las bestias salvajes, hay seres espirituales infinitamente más peligrosos, dañinos y mortales, y estos son los ángeles caídos, los que desobedecieron a Dios y ahora lo odian por la eternidad, buscando arrastrar en su locura deicida a toda la humanidad.
         También las figuras geográficas que utiliza el Bautista –senderos, valles, montañas-, son representativas de realidades espirituales: se trata de aquellos obstáculos que se interponen entre el hombre y Cristo, su Dios y Salvador, obstáculos que es menester removerlos para que pueda darse el encuentro libre y amoroso entre el Mesías y la humanidad.
Pero el hecho de que predique a orillas del río Jordán, es también significativo de realidades sobrenaturales de salvación: así como el río Jordán transporta agua, la cual es sinónimo de vida, así cuando Jesús santifique sus aguas, bautizándose en él, el agua quedará desde entonces como símbolo de la gracia, que no solo purifica de todo pecado, sino que concede la vida nueva de los hijos de Dios.
         Ahora bien, la predicación del Bautista en el desierto, anunciando la próxima aparición pública de Jesús como Cordero de Dios y como Salvador del mundo, es al mismo tiempo una prefiguración de la misión y predicación de la Iglesia en Adviento, que anuncia, en el desierto del mundo sin Dios, la manifestación pública del Hijo de Dios, encarnado en el seno de la Virgen María, que nace por poder y virtud del Espíritu Santo, para aparecer como Niño en Belén, para Navidad.
         Y del mismo modo a como el Bautista predica la conversión de los corazones, como requisito indispensable, sine qua non, para recibir al Mesías, así también la Iglesia predica la necesidad de la oración, de la penitencia, de la mortificación, del ayuno, del sacrificio y, ante todo, de la misericordia, en tiempo de Adviento –en todo tiempo, pero especialmente en Adviento-, para recibir a Dios que se nos manifiesta como Niño, sin dejar de ser Dios, en Navidad.
         En Adviento, la Iglesia y sus hijos se colocan espiritualmente, por el misterio de la liturgia, en la situación de los justos del Antiguo Testamento, que esperaban la Llegada del Mesías, del Salvador, en el cumplimiento de las profecías mesiánicas, y es por eso que, al igual que el Bautista pedía la conversión del corazón, así también la pide la Iglesia.
         De esta manera, el lenguaje simbólico del Bautista adquiere una dimensión espiritual y ascética para el cristiano, cuyo objetivo es la preparación del corazón para recibir dignamente al Niño Dios.
         La necesidad de la purificación del corazón resulta patente desde el momento en que es el mismo Jesús quien lo dice: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”, y es así como la Iglesia pide, en Adviento, oración, penitencia, ayuno, sacrificios y misericordia, como medios para purificar el corazón, eliminando los obstáculos que se interponen entre el corazón y Dios, que viene como Niño en Belén.
         En este sentido, los senderos a enderezar, son los corazones torcidos, los que viven con doble faz, los que al prójimo muestran una sonrisa, pero lo maldicen en su interior; son los que sirven a Dios en el templo, pero sólo para ser vistos y alabados por los hombres, porque no en sus corazones ni amor a Dios ni al prójimo, comportándose como el soberbio fariseo que desprecia al publicano; los valles a rellenar, son los perezosos, los tibios espirituales, los que se dejan llevar por la indolencia, los que en vez de hacer el esfuerzo por rezar, miran televisión; los que en vez de asistir a Misa el Domingo, van al estadio de fútbol; los que prefieren su propio egoísmo antes que hacer el esfuerzo de ayudar a su prójimo, y así se comportan como valles que, en su hondonada, en vez de acercar a la montaña, símbolo de Dios, se alejan; las montañas que hay que abajar, es el orgullo, ya que la montaña es símbolo también del corazón orgulloso, soberbio, que se complace en su propia perfección, sin dar lugar a la Presencia de Dios.
         El Adviento entonces es tiempo de alegre trabajo espiritual, de lucha espiritual contra uno mismo, para poder así recibir, con un corazón purificado por la ascesis y la gracia, con un corazón alegre por ser útil a los demás, y lleno de luz y esperanza, al Mesías que viene para Navidad, revestido de Niño, pero que es al mismo tiempo, Dios Hijo en Persona.
           “Preparen el camino del Señor. Allanad los caminos, enderezad los senderos, al Señor, que viene (…) Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios”. Quien trabaje por allanar los caminos, enderezar los senderos, por aplanar las montañas, es decir, quien trabaje por la conversión del corazón en Adviento, "verá la Salvación del Señor", verá al Dios Salvador, revestido de Niño en Belén, Casa de Pan, donado como  Pan de Vida eterna en la Eucaristía.
          Y así se cumple lo que Juan el Bautista promete a los que allanen los senderos y abajen las montañas: verán la Salvación de Dios: quien contemple al Niño de Belén, nacido en la Casa de Pan; quien contemple al Pan de Vida eterna, el Niño de Belén oculto bajo el velo sacramental, "contempla la Salvación de Dios", contempla a Dios Salvador.

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