domingo, 24 de marzo de 2013

Lunes Santo



(Ciclo C - 2013)
         “A los pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no me tendrán siempre” (Jn 12, 1-11). María Magdalena rompe un frasco de “perfume de nardo puro, de mucho precio”, y con él unge los pies de Jesús. Ante el gesto de María Magdalena, Judas Iscariote protesta ante Jesús, quejándose por el aparente derroche que significa usar el perfume de es manera, en vez de venderlo y dar el dinero a los pobres. Jesús responde aprobando el gesto de María Magdalena: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no me tendréis siempre”.
         Con su respuesta, Jesús desenmascara las verdaderas intenciones de Judas Iscariote: no le interesan los pobres, como él fingidamente lo declama, sino que desea que se venda el perfume porque, sabiendo que es muy costoso, obtendrá dinero en cantidad, al que luego robará, porque “era ladrón” y “robaba lo que se ponía en la bolsa”. Fingiendo interesarse por los pobres y por las enseñanzas de Jesús, que predicaba la pobreza, Judas codicia en realidad el dinero, y el dinero mal habido, porque roba lo que estaba destinado precisamente a los pobres. Judas finge vivir la pobreza, pero en realidad ama el dinero. Con su respuesta, Jesús también saca a la luz las piadosas intenciones de María Magdalena: al usar un perfume caro y costoso para ungir los pies de Jesús, María Magdalena no está faltando a la pobreza, sino que está cumpliendo con el deber de piedad debido a Dios, ya que unge los pies de Jesús anticipándose y profetizando su próxima muerte en Cruz. Lejos de reprochar a María Magdalena, Jesús entonces aprueba que se use un costoso perfume, al ser utilizado en la unción de sus pies como anticipo profético de su Muerte redentora, y desaprueba la falsa solicitud de Judas Iscariote por los pobres.
Con este episodio, Jesús nos enseña la verdadera pobreza de la Iglesia y nos previene contra las ideologías que utilizan al pobre y a la pobreza para instrumentar a la Iglesia a sus fines ideológicos anti-cristianos: lo que se destina al culto litúrgico, no puede ser de mala calidad, y no es falta de pobreza utilizar lo mejor que el hombre pueda obtener con su industria, porque se  trata del culto debido a Dios, que es Creador, Redentor y Santificador. La liturgia, sobre todo la liturgia eucarística, debe brillar por su esplendor y por su riqueza, porque se trata de acciones dirigidas en honor a Dios Uno y Trino. Así, no es falta de pobreza usar, por ejemplo, cálices o elementos litúrgicos de material costoso, ni tampoco es faltar a la pobreza tener en el templo imágenes, esculturas, columnas, del mejor material. Por el contrario, usar elementos de mala calidad, so pretexto de la pobreza, es faltar a la virtud de la piedad y al culto debido a Dios, a quien debemos lo mejor, sea en el campo material o espiritual.
Con respecto a nosotros, sin embargo, sí cabe la pobreza, pero la verdadera pobreza, la pobreza santa de la Cruz, que consiste no en no tener nada –aunque a algunos, como a San Francisco de Asís, Dios les pida despojarse de todo lo material-, sino en no tener el corazón apegado a los bienes terrenos. Hay casos de santos, como Pier Giorgio Frassatti, que no renunciaron a sus bienes, pero con ellos ayudaron a los pobres, dando todo lo que tenían.
La pobreza santa, la pobreza de la Cruz, la que estamos llamados a vivir, se aprende contemplando a Cristo crucificado: no desear más bienes terrenos que los que nos lleven al Cielo –una Cruz de madera, una corona de espinas, tres clavos de hierro-, y acumular tesoros, pero tesoros espirituales, que se acumulan en el cielo, los tesoros con los que pagaremos nuestra entrada en el cielo: las obras de misericordia, corporales y espirituales, un corazón contrito y humillado, y la Comuniones Eucarísticas hechas con fe, amor y piedad, y almacenadas y custodiadas en el corazón, con avidez mayor a la del avaro que atesora monedas de oro en su caja fuerte.

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