miércoles, 13 de marzo de 2013

Santo Padre Francisco, una bendición para Argentina y el mundo




        “A los Apóstoles (…) Dios (…) nos ha puesto a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres” (cfr. 1 Cor 4, 9). La frase con la que San Pablo describe a los Corintios el estado de los Apóstoles, bien puede aplicarse a la Argentina en este momento, puesto que un argentino ha sido elegido Papa, Vicario de Cristo. Puede decirse que las Tres Personas de la Santísima Trinidad, la Virgen María, San José, y todos los ángeles y santos del cielo, miran a los argentinos y a su compatriota, elegido Vicario de Cristo, como los espectadores que asisten a un gran teatro. Si bien todo el mundo forma parte de este espectáculo, es como que la visión de los habitantes del cielo, por decisión de Dios Uno y Trino, se concentrara sobre Argentina, al haber dado a un nacido en esta tierra, el encargo de ser Papa, para gobernar la Iglesia de Cristo Jesús.
Esto en sí mismo constituye un honor inmerecido , al mismo tiempo que una enorme bendición para la Nación Argentina y una inmensa muestra de Amor para nuestra Patria de parte de Dios Trino; pero al mismo tiempo, es un llamado a crecer en la santidad, puesto que el Amor de Dios demostrado para con Argentina en la elección del Papa Francisco, debe ser correspondido, por sus compatriotas, con amor, lo cual es sinónimo de santidad. “Santidad” no es simplemente “ser buenos”, porque ser “santos” es algo infinitamente más grande que “ser buenos”: es participar de la Bondad infinita y del Amor misericordioso de Dios, que se ha manifestado el 13 de marzo de 2013, para la Iglesia y el mundo todo, otorgando un Papa según su corazón.
El Santo Padre ha pedido, en sus primeras palabras, que rezáramos por él, de modo que empeñamos por esta intención, de aquí en adelante, nuestras Misas, Rosarios, oraciones, penitencias, ayunos, mortificaciones, y las obras de misericordia que obremos, para que en su ministerio petrino y en su tarea de guiar a la Barca de Pedro, que navega por los turbulentos y tempestuosos mares del mundo hacia el celestial Puerto de Santa María de los Buenos Aires, la Ciudad de la Santísima Trinidad, la Jerusalén celestial, sea siempre y en todo momento iluminado por el Espíritu Santo.

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