jueves, 11 de abril de 2013

“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó”



“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó” (Jn 6, 1-15). Jesús realiza la multiplicación milagrosa de panes y peces y alimenta a una multitud de más de cinco mil personas. Una exégesis progresista y racionalista, destructora del sentido sobrenatural y contraria a la fe de la Iglesia, diría que el milagro consiste en que Jesús en realidad lo que hizo fue despertar la generosidad entre la multitud, llevándolos a salir del egoísmo de cada uno compartiendo de lo propio con los demás. Para esta interpretación progresista, en realidad no hubo un milagro material, es decir, no hubo una multiplicación real de la materia de los panes y peces, sino que se trató de un milagro moral, una invitación al cambio de conducta entre la muchedumbre, que mediante el gesto de bendecir los panes y peces, los llevó a salir de su egoísmo; así, llevados por el buen ejemplo de Jesús, todos sacaron de sus bolsas los panes y peces que llevaban y los compartieron con los demás. El ejemplo de Jesús fue tan grande, que todos quedaron satisfechos, llegando incluso a sobrar el alimento.
Sin embargo, la multiplicación de panes y peces, en la recta fe de la Iglesia, no consiste en esto: se trata de un verdadero milagro o signo sobrenatural que demuestra que Jesús es quien dice ser: Dios Hijo en Persona. Jesús ya se había presentado como “venido del cielo”, como el que “habla de lo que vio y escuchó en el cielo”, es decir, en el seno de su Padre, y como nadie “conoce al Padre sino el Hijo”, entonces la conclusión es que Él “habla de lo que vio”, que es a su Padre, y si conoce a Dios Padre, es porque Él es Dios Hijo en Persona. La multiplicación de panes y peces constituye una poderosísima afirmación, con un hecho prodigioso y sobrenatural, de su condición de Hombre-Dios. En otras palabras, a través de este milagro, Jesús dice, sin decirlo: “Yo les dije: ‘Yo Soy Dios’, ahora con este milagro, que sólo puede ser hecho con la fuerza omnipotente de Dios, les digo: ‘Yo Soy Dios’”.
A partir de este milagro, nadie puede dudar de la condición divina de Jesús y el razonamiento para aceptar su divinidad es muy simple: si alguien se presenta diciendo: “Yo Soy Dios” y hace milagros que sólo Dios puede hacer, entonces el milagro es la fuerza probativa de la veracidad de sus palabras. En caso contrario, si alguien se presenta diciendo: “Yo Soy Dios”, pero no hace milagros que sólo Dios puede hacer, entonces esa es una muestra de su falsedad. Cristo demuestra con hechos lo que dice con sus palabras; por lo tanto, es verdad que Él es Dios Hijo en Persona.
Lo mismo sucede con la Iglesia Católica, quien se auto-revela como “la verdadera y única Iglesia de Dios” y como prueba de que lo que dice es verdad, realiza también un signo prodigioso, un signo que sólo puede ser hecho si Dios, con su Espíritu, lo hace, y es el milagro del altar, en el cual el Hombre-Dios Jesucristo no crea de la nada la materia de panes y peces, sino que convierte el pan y el vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con lo cual alimentará espiritualmente no a cinco mil personas, sino las almas de miles de millones de bautizados.  
Entonces, si la multiplicación de panes y peces es el signo prodigioso que demuestra la condición divina de Jesús de Nazareth, la Santa Misa, con la conversión milagrosa del pan y del vino en la Eucaristía, es el signo prodigioso que demuestra la condición de la Iglesia Católica como Esposa Mística del Cordero de Dios y por lo tanto como la única Iglesia verdadera del Dios verdadero.
Jesús Eucaristía, que se dona a sí mismo como Pan de Vida eterna en el altar eucarístico de la Iglesia, es la “fuente de aguas vivas”, porque es la Gracia Increada en Persona; lejos de conocer y apreciar este maravillosísimo don, muchos, muchísimos hombres, se extravían en las oscuras y tenebrosas sendas de la Nueva Era o New Age, acudiendo a cuanto vendedor de ilusiones aparezca. Esta triste realidad es particularmente cierta entre los católicos, muchos de los cuales, desconociendo o menospreciando estas sublimes verdades celestiales, dejan de lado a la Iglesia y a la Eucaristía para acudir en masa a los falsos maestros de la Conspiración de Acuario, haciendo realidad las palabras de Jesús: “Me abandonaron a Mí, la fuente de aguas vivas, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer 2, 13).

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