jueves, 4 de abril de 2013

Viernes de la Octava de Pascua



         “¡Es el Señor!” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece “por tercera vez” a los discípulos, esta vez, a orillas del Mar de Galilea, obrando una segunda pesca milagrosa.
         Como ya había sucedido anteriormente, también ahora, antes de la pesca milagrosa, hay una primera pesca infructuosa. Jesús repite el milagro con una única diferencia: ahora está resucitado. El mensaje, sin embargo, es el mismo que para la primera pesca milagrosa, porque en ambos está representado el misterio sobrenatural de la Iglesia en su peregrinar hacia el Reino de los cielos. Cada uno de los elementos de la escena tiene un significado sobrenatural: la barca de Pedro es la Iglesia; Pedro es el Vicario de Cristo, el Papa, que guía a la Iglesia bajo la guía de Cristo; el mar es el mundo y la historia humana; los peces son los hombres; la pesca infructuosa y de noche, significa el activismo apostólico, es decir, el voluntarismo, el obrar afanoso y bien intencionado, pero infructuoso, puesto que no se confía en la gracia divina y se piensa que todo depende de la propia voluntad. Es también el alma que todo lo quiere hacer por ella misma, sin confiar en Dios, sin confiar en Jesús, sin pedir la intercesión de la Virgen, de los ángeles y de los santos. En el fondo, esta actitud revela la existencia del orgullo humano que no deja lugar a la confianza en la acción de Dios a través de su gracia. La pesca infructuosa representa el obrar humano sin la guía de Jesús; es el afán apostólico sin oración previa y sin dejar todo en manos de Jesús y de María.
         La pesca milagrosa, por el contrario, representa a quienes en la Iglesia actúan movidos por la fe en Cristo y su gracia; son quienes, ante una empresa apostólica, oran y encomiendan el trabajo apostólico y misionero a Jesús y piden a la Virgen su intercesión; son los que obran como si todo dependiera de ellas, y rezan como si todo dependiera de Dios.
         Estos últimos, los que confían en Jesús y en su gracia y en el poder intercesor de María Virgen exclaman, al descubrir la acción milagrosa de Dios en los asuntos humanos: “¡Es el Señor!”, la misma expresión asombrada de Juan luego de la pesca milagrosa reconociendo que el milagro se debe a Cristo resucitado y a su poder divino. 

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