lunes, 20 de mayo de 2013

“El que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”



“El que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos” (Mc 9, 30-37). Llevados por la ambición y la codicia, los discípulos de Jesús comienzan a discutir entre ellos sobre “quién sería el más grande”. En todos late el deseo desordenado de fama, de poder, de recibir honores y glorias mundanas. A pesar de estar con Jesús y de recibir de Él sus enseñanzas; a pesar de ser testigos directos de sus más grandes milagros; a pesar de haber recibido la Buena Noticia del Reino de los cielos, de labios del mismo Jesús, Buena Noticia que les habla de un destino ultraterreno y eterno, Buena Noticia que les habla de la caducidad de la vida presente y de la cercanía y proximidad de la vida eterna, los discípulos siguen aferrados a esta vida material, terrena, temporal; vida que se termina indefectiblemente, aunque el hombre viva ochenta, cien, ciento veinte años, y se termina para dar paso, indefectiblemente también, a la eternidad. A pesar de esto, a pesar de ser conscientes de la próxima llegada del Reino de los cielos y de la eternidad, los discípulos actúan como si esta vida terrena fuera la única y como si las pasiones que los dominan tuvieran que ser satisfechas a toda costa, y ese es el motivo por el cual “discuten para ver quién es el más grande”.
Cuanto más se ama el mundo y menos el Reino de Dios, tanto más se aman las pompas del mundo, sus fastos vanos y pasajeros, fastos más efímeros que un soplo de suave brisa. La falta de amor a Dios y a su Reino, el desprecio y olvido de las palabras de Jesús, conducen a esta situación de discordia en el seno de la Iglesia, discordia producida por la malicia del hombre y la perversidad del demonio, que atiza de todas las maneras posibles el carbón del odio que late en el corazón del ambicioso.
Jesús escucha las disputas de sus discípulos y con voz pausada pero firme les advierte que a los ojos de Dios las cosas son diametralmente opuestas: “El que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”, y será Él en Persona quien dará ejemplo de lo que predica. En la Encarnación, siendo Dios, es engendrado en el seno de María Virgen como un cigoto; en su vida oculta, es conocido como un vecino más entre el pueblo; en la Última Cena, siendo Dios Hijo encarnado, se arrodilla ante cada uno de sus discípulos para lavarles los pies, como si fuera un esclavo; en el Juicio inicuo al que es sometido antes de su Pasión, es pospuesto a favor de un gran malhechor, Barrabás; en la Cruz, muere como el más grande de los fracasados entre los hombres; una vez muerto, ni siquiera tiene un sepulcro propio, y debe ser sepultado en un sepulcro nuevo, propiedad de José de Arimatea.
Sin embargo, este hecho de ser Jesús “el último y como el servidor de todos”, le vale conseguir, para toda la humanidad, la gloria de Dios, a la que tienen acceso al concederles el perdón de los pecados por su sacrificio en Cruz.
“El que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. Lo que Jesús quiere decir a sus discípulos, que se ven envueltos en la discordia a causa de su codicia y ambición, que aquel que sea ambicioso y tenga codicia de dinero, de poder, de fama, de honra y gloria mundana, eleve sus ojos a la Cruz, y así se dará cuenta que el más grande en el Reino de los cielos es el que en esta vida es más insignificante a los ojos de los hombres.

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