martes, 18 de junio de 2013

“Amen a sus enemigos”


“Amen a sus enemigos” (Mt 5, 43-48). El mandato de amar a los enemigos es la prueba más evidente de que la religión cristiana no es natural, sino sobrenatural. Desde un punto de vista meramente humano, es imposible “amar” al enemigo; a lo sumo, se podrá tener compasión o piedad de él, si es que está prisionero o a nuestra merced, pero nunca se lo podrá “amar”. Precisamente, porque se trata de un enemigo, la reacción natural es el enfrentamiento y el exigir, generalmente por la fuerza, el resarcimiento de la ofensa cometida, que es lo que lo ha convertido en enemigo. En este sentido, la Ley del Talión, “ojo por ojo y diente por diente”, miraba a esto, a no excederse en el exigir la compensación y buscaba evitar la venganza y el daño desproporcionado a quien había cometido un daño. La Ley del Talión, que buscaba equidad en el trato con el prójimo considerado enemigo, al tiempo que evitaba la venganza, es la expresión más alta del trato justo hacia el enemigo, pero en ningún momento manda “amar” al enemigo, porque al enemigo, desde el punto de vista humano, o se le tiene compasión, se lo perdona, o se lo aniquila, pero nunca, por definición, se lo ama.
Este es el motivo por el cual el mandato de Jesús de amar al enemigo demuestra que la religión cristiana es de origen celestial, porque humanamente, es un mandato imposible de cumplir. ¿Hay que decir, entonces, que Jesús manda algo imposible? De ninguna manera, porque la fuerza divina para cumplir este mandato divino, nos la concede Él desde la Cruz, porque no solo nos da ejemplo, al implorar perdón por quienes le quitan la vida –es decir, todos nosotros, con nuestros pecados-, sino que nos concede aquello que hace posible el cumplimiento, y es el Amor divino, infundido en las almas por medio de la Sangre que brota de su Corazón traspasado.   
“Amen a sus enemigos”, nos dice Jesús, y al mismo tiempo que nos da el mandato, nos da la Fuerza del Amor divino necesaria para cumplirla. Quien se descubra falto de esa Fuerza divina, debe acudir a beberla de su manantial, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.


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