miércoles, 12 de junio de 2013

“No he venido a abolir, he venido a dar cumplimiento”


“No he venido a abolir, he venido a dar cumplimiento” (Mt 5, 17-19). Jesús, que es Yahvéh en la Persona de Dios Hijo, viene a establecer una Nueva Alianza con la humanidad. La diferencia con la Antigua Alianza no es solo cuantitativa, en el sentido de que ahora, en vez de con un solo pueblo, el Pueblo Elegido, establece la alianza con toda la humanidad: la diferencia es cualitativa, porque si bien no establece una ruptura con la Antigua Alianza –por eso dice: “No he venido a  abolir”-, sí determina la prescripción y caducidad de esta Alianza Antigua, por cuanto esta era solamente figura de la Nueva y Eterna Alianza, y esto es lo que Él quiere significar cuando dice: “He venido a dar cumplimiento”.
La Antigua Alianza era sólo una figura de la Nueva y definitiva Alianza, la que Él viene a sellar con su Sangre, derramada en la Cruz, y por este motivo, a partir de Cristo, el hombre no queda justificado por cumplir la Ley de Moisés, sino la Ley Nueva de la caridad de Cristo Jesús, Ley que da vida porque es el Espíritu quien da vida y vida eterna a través de ella.

Jesús, en cuanto Hombre-Dios, infunde el Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo quien da vida a los preceptos de la Ley Nueva y al hombre que cumple y vive esos preceptos. Es por el Espíritu Vivificador, el Espíritu de Dios, por quien recibe infusión de vida divina aquel que se esfuerza por vivir el Primer Mandamiento de la Ley Nueva, el mandamiento de la caridad: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, con el amor de Cristo y como nos amó Cristo, hasta la muerte de Cruz”. La Ley Nueva está dotada de la plenitud de la vida de Dios, pero esta plenitud no está dada por la materialidad de su enunciado, sino por el Espíritu Santo, que es insuflado por Jesús, como si de un nuevo y personal Pentecostés se tratara, en el alma de quien desea cumplir y vivir la Ley Nueva a través de su mandamiento central, el amor a Dios y al prójimo. En otras palabras, quien ama a Dios y al prójimo –no al modo humano, al modo de la Antigua Ley, sino al modo de la Nueva Ley, es decir, con el Amor de Cristo y como Cristo nos amó, hasta la muerte de Cruz-, es porque ha recibido el Don de dones, el Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo quien ama a través de él. Ser un instrumento del Amor divino, esa es la plenitud de la Nueva Ley de la caridad de Cristo Jesús, la que Él ha sellado con la Sangre derramada en la Cruz.

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