martes, 11 de junio de 2013

“Proclamen que el Reino está cerca”


“Proclamen que el Reino está cerca” (Mt 10, 7-15). El mandato de Jesús a sus Apóstoles y discípulos, enviándolos a la misión, es el mandato para toda la Iglesia Militante; es un mandato que no se limita a la Iglesia naciente, sino que se extiende a la Iglesia de todos los tiempos, hasta el fin de los tiempos. En otras palabras, el mandato misionero con el que Jesús envía a su Iglesia a misionar al mundo, es uno y el mismo para todos los tiempos: proclamar que el Reino está cerca.
Si esto es así, entonces se debe clarificar en qué consiste el Reino cuya proximidad se proclama. Debido a que inmediatamente al mandato misionero Jesús otorga poderes –participados del suyo propio en cuanto Hombre-Dios- mediante los cuales los discípulos podrán curar enfermos y expulsar demonios, tal vez se podría pensar que la misión de la Iglesia y su mensaje esencial se reducen a esto: a la sanación corporal –curar enfermedades- y a la sanación espiritual –expulsar demonios-. Sin embargo, de ninguna manera el mensaje y la misión de la Iglesia consisten en esto. Es verdad que Cristo concede de su poder para que sus discípulos sanen espiritual y corporalmente, pero si fuera así, no dejaría de ser un mensaje que no trasciende el horizonte de la inmanencia espacio-temporal de la humanidad, y el Reino que resultaría sería un reino meramente terreno y temporal.
La misión central de la Iglesia y el mensaje que tiene que proclamar, es anunciar que el Reino está cerca, pero se trata de un reino que no solo es a-temporal, en el sentido de no pertenecer al hombre –ni tampoco al ángel-, sino que es eterno, porque es el Reino de Dios, que es eterno por definición, puesto que Dios es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino.

“Proclamen que el Reino está cerca”. El cristiano debe proclamar, con su vida, con sus obras, que este mundo “con sus apariencias” pasa, para dar lugar a la eternidad de Dios, al Reino en donde reina Dios, que es eterno. Para ello, para que el mensaje que debe transmitir al mundo sea valedero, el cristiano debe prepararse él mismo para esa eternidad, ante todo por medio de la oración, por medio de la cual entra en contacto, desde el tiempo, con el Ser divino trinitario que es eterno, y por medio de la comunión eucarística, puesto que en la Eucaristía se encuentra ese Dios eterno y tres veces santo con el cual, al final de sus días de prueba en la tierra, se encontrará cara a cara, y a cuyo Reino está llamado a vivir y heredar, por toda la eternidad.

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