lunes, 9 de septiembre de 2013

"Jesús se retiró a una montaña y pasó toda la noche en oración con Dios"

          

      "Jesús se retiró a una montaña y pasó toda la noche en oración con Dios" (Lc 6, 12-19). No es por casualidad que Jesús se retira a orar a la montaña, pues esta posee una simbología que se relaciona estrechamente con la vida espiritual: subir a la montaña significa esfuerzo, fatiga y sacrificio, y así debe ser la oración del alma que se eleva a Dios, quien se encuentra más alto, mucho más alto, que una cima de montaña; en la montaña hay silencio, algo que es indispensable para poder orar, puesto que quien se pone en oración, debe hacer silencio exterior pero sobre todo interior ya que Dios, como dice el profeta Elías, no está "en el terremoto, en el huracán, en el fuego", sino en "el susurro de una brisa suave" (1 Re 19, 9.11-13), y es por esto que quien vive en el aturdimiento del mundo exterior y de su propia mente y pensamientos, no puede escuchar la voz de Dios. Por último, la montaña significa soledad y ausencia del mundo y de toda compañía humana, lo cual es necesario para que el alma concentre sus esfuerzos no en la atención a las creaturas, sino en elevar su corazón en la plegaria solo a Dios.
          "Jesús se retiró a una montaña y pasó toda la noche en oración con Dios". Jesús pasa toda la noche en oración, pero esto no significa que le quite el descanso, porque el alma, en la oración, descansa en Dios, en su seno. Con su oración, Jesús nos da ejemplo de cómo debemos los cristianos dedicarnos a la oración y aunque no es necesario subir literalmente a una montaña para hacerlo, sí se deben recrear las condiciones espirituales significadas en la montaña: soledad y silencio, además de esfuerzo, fatiga y sacrificio, porque se debe vencer la propia acedia espiritual, que lleva a dejar de lado la oración. Jesús ora, y con su oración nos da ejemplo de cómo debemos nosotros orar, ya que la oración es para el espíritu algo mucho más importante que lo que es el alimento al cuerpo, porque a través de la oración el alma recibe de Dios todo lo que es y tiene Dios: amor, luz, paz, fortaleza, sabiduría, alegría, de manera que el alma puede nutrirse de Dios y su vida tanto más, cuanto más hace oración, mientras que también es cierto lo inverso: cuanto menos oración se hace, menos amor, luz, paz, fortaleza y alegría se recibe de Dios, quedando el alma débil, sin fuerzas, y envuelta en tinieblas.
            Pero si de oración se trata, no hay oración más profunda, ni más excelsa, ni más sublime, que la Santa Misa, en donde es Cristo, el Hombre-Dios, quien ora al Padre en nuestro nombre. El cristiano, por lo tanto, si quiere imitar a Cristo en la oración, debe acudir a la Santa Misa, en donde se cumplen todas las condiciones de la oración: es una montaña, porque se trata del Nuevo Monte Calvario, en donde se renueva de modo incruento el sacrificio en Cruz de Jesús; en el altar hay silencio, porque como es un trozo del cielo, callan las voces humanas y las del mundo, porque solo se escucha la voz de Dios Trino; en el altar hay soledad, porque está solo Cristo con su Cruz, y el alma postrada a sus pies; en el altar hay sacrificio, porque es el sacrificio del Cordero de Dios; en el altar el alma recibe no solo el amor, la paz, la alegría, la fortaleza, la sabiduría de Dios, sino a Dios mismo en Persona, que se dona a sí mismo con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. 
        Por todo esto, el que quiera rezar, que vaya a la montaña sagrada, la Santa Misa.

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