lunes, 21 de octubre de 2013

“Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas”


“Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas” (Lc 12, 35-38). Con la figura de un siervo que espera atento con la lámpara encendida, el regreso de su amo, Jesús nos recuerda que debemos estar preparados y en gracia para el día de nuestra propia muerte, que será el día de nuestro juicio particular.
Ese día llegará imprevistamente y para no ser sorprendidos por Jesús, y según la imagen elegida por Jesús, para ese día deberemos vestir túnicas ceñidas y deberemos tener las lámparas llenas de aceite y estas deberán estar encendidas y dando luz. Esta figura es simbólica y cada elemento hace referencia a una realidad sobrenatural: el servidor somos nosotros, los bautizados en la Iglesia Católica, que al momento de la muerte, debemos ser encontrados en gracia, obrando de acuerdo al deber de estado de cada uno; la lámpara representa el cuerpo y el alma; el aceite, la gracia; el fuego que enciende el aceite –la gracia- es el Amor de Dios; la mecha que posibilita que salga la llama que alumbra las tinieblas, es la Fe en Cristo Jesús, operante y activa; la noche es la historia humana y la vida personal de cada uno; el amo que regresa de improviso es Cristo Jesús el día de nuestra muerte, aunque también es el Día del Juicio Final; la fiesta de bodas de la que regresa el amo, es decir, Jesús, es la Encarnación.

Con esta parábola, Jesús nos recuerda la proximidad del día de nuestra muerte, que llegará de improviso –tal como se lo dice a Santa Faustina: ‘Hija mía, prepárate, porque llegaré de improviso’-, pero en su misericordia, nos avisa de antemano acerca de su llegada porque no quiere sorprendernos con las manos vacías; por el contrario, quiere darnos el premio por nuestras obras buenas y para eso quiere que estemos atentos y obrando la misericordia al momento de su llegada: “Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en su trabajo” (Lc 12, 43).

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