lunes, 11 de noviembre de 2013

“Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’”


“Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’”. (Lc 17, 7-10). Para que no nos equivoquemos en nuestra relación con Dios, exigiendo recompensas indebidas por hacer el bien, Jesús nos narra la parábola de un servidor que no debe esperar recompensas de su amo por el mero hecho de cumplir su deber. Muchos cristianos pretenden doblegar a Dios con algunas oraciones y unas pocas buenas obras, como si Dios estuviera obligado a retribuirles por lo que hicieron, cuando en realidad somos nosotros quienes debemos agradecerle con todo nuestro ser el habernos creado y el habernos adoptado como hijos. Y la forma de agradecer es mediante el cumplimiento de sus Mandamientos y mediante el obrar las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.
Esta errónea pretensión, por parte de los cristianos, de recibir “remuneración” de parte de Dios por el simple hecho de cumplir lo que Dios pide en su Ley, se debe a que, en gran medida, se tiene una idea equívoca de la relación entre Dios y el cristiano: se piensa que es un “tomar y dar”: yo te doy algo –el cristiano ora o hace alguna obra buena- y tú me tienes que dar algo en retribución –Dios tiene la “obligación” de responder a lo que se le pide.
Como decimos, esto sucede cuando se piensa que la relación entre Dios y el cristiano es de esta naturaleza, pero no es así: puede ser la relación entre un empleador y su empleado, entre un dueño de una empresa y su obrero, pero no la que debe darse entre Dios y el hombre adoptado por él como su hijo. La relación con Dios va mucho más allá de un simple dar y recibir: es, por parte del hombre, el participar del misterio de la Cruz y del sacrificio de Jesús, Cruz y sacrificio por medio de los cuales Dios Trino redime a la humanidad, perdona los pecados de todos los hombres, derrota al demonio, el mundo y la muerte, los tres grandes enemigos de la humanidad, y concede a los hombres la gracia de la filiación divina, por medio de la cual los adopta como hijos suyos y los hace herederos del Reino de los cielos. A su vez, la participación en este misterio de redención, es un don de Amor por parte de Dios, quien por Amor y solo por Amor, quiere hacer partícipes a los hombres del sacrificio redentor de la humanidad, el sacrificio de Cristo en la Cruz. Y puesto que la forma de agradecer este don de Amor que es la participación a la Cruz de Jesús, es por medio del amor, demostrado de modo concreto y no con meras palabras, en el cumplimiento diario de los Diez Mandamientos y en el obrar las obras de misericordia, no se ve porqué el cristiano que obre de esta manera, tenga que exigir “recompensa” o “retribución”, por hacer lo que debe hacer: amar a Dios en acción de gracias por haberlo elegido para participar del sacrificio que salva a la humanidad.

Como vemos, Jesús tiene razón en advertirnos que no debemos “exigir” a Dios nada, mucho menos cuando nuestro deber es un deber de amor, porque se trata de responder con amor al Amor Eterno de Dios, que nos ha elegido para salvar al mundo uniéndonos a la Cruz de Jesús. 

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