jueves, 22 de mayo de 2014

“Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”


“Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado” (Jn 15, 12-17). En la Última Cena, Jesús da un mandamiento nuevo, verdaderamente nuevo, que no se encontraba en la Ley de Moisés y es el mandamiento de la caridad: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. Algunos sostienen que no es nuevo, porque Jesús manda a amar al prójimo, y este mandamiento ya estaba en la ley mosaica, pero la novedad radica en la segunda parte de la proposición: “como Yo los he amado”. Es decir, es verdad que la Ley mosaica mandaba amar al prójimo, pero este mandato tenía un límite y era que consideraba como “prójimo” solamente al que profesaba la misma religión; el otro límite, era que excluía al enemigo, ya que, en relación al enemigo, lo que imperaba era la ley del Talión –ojo por ojo y diente por diente, una ley que buscaba la justicia pero que degeneraba en venganza-; el otro límite era el humano: el amor con el que se amaba al prójimo en la ley mosaica, era meramente humano.
Ahora, Jesús introduce un elemento radicalmente nuevo, tan nuevo, que lo hace absolutamente distinto: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. La novedad radica, como decíamos, en la segunda parte de la proposición: “como Yo los he amado”. Ahora, a partir de Jesús, el cristiano está obligado, por la ley de la caridad, a amar a su prójimo, incluido su enemigo y, sin hacer acepción de personas, a todo ser humano, practique o no su religión, “como Cristo lo ha amado”, porque en eso radica el mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. ¿Y cómo nos ha amado Jesús? Con un amor de cruz, con un amor sobrenatural, celestial, con un amor de una fuerza tan grande, que lleva a subir a la cruz y a morir en la cruz, literalmente hablando, y no de modo figurado o simbólico, por el prójimo, como lo hizo Cristo Jesús por todos y cada uno de nosotros.

“Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. El amor por el prójimo es un amor de cruz y como la Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz, el primer lugar en donde comienza la inmolación por amor hacia el prójimo –para los esposos, el primer prójimo es el cónyuge; para los hijos, sus padres, para los hermanos, sus hermanos, etc.-, es el altar eucarístico. No puede nunca el alma asistir de modo pasivo a la Santa Misa, ya que allí se le presenta la oportunidad de unirse sacrificialmente al Santo Sacrificio del Altar, ofreciéndose al Padre, unida al sacrificio de Cristo, por los prójimos que ama. Es la forma más perfecta de dar cumplimiento al mandato nuevo de la caridad de Jesús: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”.

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