miércoles, 30 de julio de 2014

“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo…”



“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo…” (Mt 13, 44-46). Jesús compara al Reino de los cielos con un tesoro escondido en un campo; un hombre encuentra este tesoro y, para adquirirlo, va y vende “todo lo que tiene”, compra el campo, y se queda con el tesoro. Para entender el significado sobrenatural de la parábola, tenemos que ver qué representa cada elemento de la misma: el tesoro escondido y encontrado por el hombre, es la gracia santificante; el hombre que encuentra el tesoro, somos todos y cada uno de los bautizados en la Iglesia Católica, que hemos recibido la gracia santificante en el bautismo, pero que muchas veces no somos conscientes de la inmensidad del don recibido; el campo en donde está el tesoro, es nuestro propio corazón y nuestra propia alma, en donde está escondida, desde el momento de nuestro bautismo, la gracia santificante, es decir, el tesoro invalorable de la gracia, un tesoro de valor incalculable, pero que pasa desapercibido en la gran mayoría de los casos; el hecho de encontrar el tesoro, es decir, de saber que en el campo –o el corazón, o el alma- hay un tesoro de valor inapreciable, es la a su vez el recibir la gracia de la fe o el don de la conversión, porque es lo que permite apreciar el valor incalculable de la gracia santificante: solo quien tiene fe, es decir, solo quien ha recibido la gracia de la conversión, aprecia el don de la gracia santificante, recibida en el bautismo y acrecentada por los sacramentos, y es esto lo que significa el hecho de que el hombre de la parábola descubre un tesoro escondido en el campo: es aquel que recibe el don de la fe, el don de la conversión del corazón; los bienes que el hombre vende para adquirir el campo, son, literalmente hablando, los bienes materiales, puesto que el apego a los bienes materiales, son un obstáculo insalvable para acceder a la gracia, aunque estos bienes representan también todo tipo de impedimento a la gracia, como por ejemplo, los defectos, los pecados, sean mortales o veniales, y los vicios; la venta de bienes, que le da al hombre el capital necesario para adquirir el campo, es la lucha espiritual contra nuestros defectos, vicios, pecados y concupiscencias, como así también la confesión sacramental, que nos quitan definitivamente del alma los impedimentos, al mismo tiempo que, como en el caso de la confesión sacramental, nos provee de la gracia santificante, que es el capital con el cual adquirimos todavía mayor gracia, haciéndonos crecer aún más en santidad.

Por último, en la parábola se destaca la alegría del hombre que adquiere el campo con el tesoro, porque con la gracia santificante, el alma posee en sí misma el Reino de los cielos, que es ese tesoro escondido, y si posee el Reino de los cielos, el alma es visitada por el Rey de los cielos, Jesucristo, y por la Reina de los cielos, la Virgen María. Puesto que la Santa Misa es la actualización del Evangelio, para nosotros, estar en gracia, significa poseer en nuestros corazones el Reino de los cielos, para recibir al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, y si viene el Rey de los cielos en la comunión, de alguna manera, también se hace presente la Reina de los cielos, Nuestra Señora de la Eucaristía. Y para el corazón del hombre, no hay alegría más grande que poseer y amar al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, y a su Madre, Nuestra Señora de la Eucaristía.

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