miércoles, 8 de octubre de 2014

“Pidan y se les dará (…) el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”


“Pidan y se les dará (…) el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan” (Lc 11, 5-13). Jesús anima a sus discípulos, y por lo tanto a nosotros, a pedir en la oración, con insistencia, con perseverancia, y con la seguridad de que seremos escuchados. Para ello, utiliza la figura de dos amigos, uno de los cuales acude al otro, para pedirle un poco de pan para un tercer amigo; lo hace en horario inoportuno, a medianoche y obtiene de su primer amigo lo que pide, no tanto por la amistad, sino más bien por la insistencia. Con esto, Jesús da algunas pistas acerca de cómo debe ser la oración del cristiano: debe ser una oración basada en la amistad con Dios –son dos amigos los que tratan en la parábola-; debe ser una oración en la que se piden cosas buenas –el amigo pide pan para su otro amigo, que está pasando necesidad-; por último, la oración debe ser insistente, porque el segundo amigo le concede al primero lo que le pide, no tanto en razón de la amistad que los une, sino por la insistencia: “Les aseguro que aunque él no se levante para dárselos (a los panes) por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario”. De esta manera, Jesús nos anima a pedir, y a pedir con insistencia y con la confianza absoluta de que seremos escuchados, porque aun cuando el pedido sea inoportuno, lo mismo seremos escuchados y nuestra petición será atendida, porque en el segundo amigo, el que posee el pan, está representado Dios, y podríamos decir, que está representado Dios Padre, porque Él es quien nos da el pan material, para la subsistencia corporal, pero nos da ante todo, el Pan Vivo bajado del cielo, su Hijo Jesucristo en la Eucaristía.
“Pidan y se les dará (…) el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”. Sin embargo, lo más asombroso en este Evangelio, no es tanto la enseñanza acerca de cómo pedir, es decir, de pedir con insistencia; lo más asombroso de todo, se encuentra al final: después de enseñarnos de cómo debemos pedir, y de asegurarnos de que seremos escuchados en nuestras petición, Jesús nos anima a pedir a Dios Padre nada menos que al Espíritu Santo, a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, al Amor espirado desde la eternidad por el Padre y el Hijo, al mismo Amor que engendró en el seno virgen de María Santísima al Verbo eterno del Padre en la Encarnación, para que se encarnara con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y fuera dado al mundo como Pan de Vida eterna, y que es el mismo Amor que prolonga la Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, convirtiendo el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía.

Jesús nos anima a pedir en la oración, a Dios Padre, no un don más, entre tantos: Jesús nos anima a pedir nada menos que al Espíritu Santo, a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, al mismo Santo Espíritu que se apareció en forma de Lenguas de Fuego en Pentecostés, para que nuestros corazones, negros, secos y duros como el carbón, se conviertan en brasas incandescentes a su contacto, y ardan en el Fuego del Amor Divino, en el tiempo y en la eternidad. Jesús no se conforma con que le pidamos al Padre simplemente los dones del Espíritu Santo: Jesús quiere que le pidamos al mismo Espíritu Santo en Persona y, como Él mismo nos lo enseña, si nuestra oración está cimentada en nuestra relación de amor de amistad con Dios, y además es insistente y perseverante, Dios Padre nos lo dará: “Pidan y se les dará (…) el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”.

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