martes, 16 de diciembre de 2014

La genealogía de Nuestro Señor Jesucristo o la constatación histórica del ingreso del Verbo Eterno en la historia humana


         “Genealogía de Jesucristo, hijo de David…” (Mt 1, 1-17). Si la Biblia es un libro religioso, ¿qué sentido tiene incluir una lista tan larga de ancestros de Jesucristo? ¿No corresponde eso más bien a un libro de historia? Dicho de otra manera: incluir una genealogía tan larga, en un libro religioso como la Biblia, ¿no sería caer en un prurito historicista, inapropiado para este tipo de libros? Y llegado el caso que se justificara, ¿cuál sería el sentido de documentar una genealogía tan extensa?
Por un lado, hay que responder que la Biblia no es meramente un “libro religioso”, sino también “de historia”, en cuanto que  todo lo que está relatado en ella sucedió real y verdaderamente; es decir, la Biblia no es un libro de ficción religiosa, ni de fábulas, ni de mitos, por lo que lo que se relata en ella cuenta con el valor de la historia y no de la fábula y de la fantasía mitológica; esto es sumamente importante, a la hora de desmentir a los que niegan dogmas de la religión católica, como la Encarnación del Verbo o la Virginidad de María, basados precisamente en datos de la Sagrada Escritura: al ser la misma un libro de historia, que relata hechos históricos –aunque el modo de relatar la historia no sea al estilo científico actual, lo mismo es historia real y verdadera-, los datos aportados son fidedignos y por lo tanto sirven de sustento real para el dogma.
Por otro lado, el sentido de incluir una genealogía tan extensa, no se debe a un mero “prurito historicista”, sino a la intención de dejar bien documentado la existencia de una genealogía humana en el hecho más trascendente de la historia de la humanidad: el ingreso en el tiempo y en la historia de la humanidad y ante todo en la raza humana, en los mismos genes de la raza humana, si así se puede decir, del Verbo Eterno de Dios, es decir, al Encarnación del Verbo, la Palabra Eternamente pronunciada del Padre.


Si nosotros observamos la lista de la genealogía, vemos cómo se da una larga sucesión de personas humanas, una tras otra, hasta llegar a Jesucristo y, cuando se llega a Jesucristo, es allí cuando se produce el milagro, la Encarnación del Verbo, porque Jesucristo es la Palabra Eternamente pronunciada del Padre, que se encarna en una naturaleza humana para hacerse hombre, sin dejar de ser Dios. La genealogía humana de Jesucristo muestra entonces a una serie de personas humanas, que se suceden una tras otra, tal como sucede en cualquier otra genealogía humana, hasta llegar al hecho más trascendente de la historia de la humanidad: la Encarnación del Verbo, cuando el Padre pronuncia, desde la eternidad, desde el cielo, su “Yo Soy”, sobre la humanidad, y es así como el Verbo de Dios, llevado por el Amor Divino a las entrañas virginales de la Madre de Dios, se encarna, adquiere Cuerpo, Sangre y Alma humanos, creados en ese momento y con los cuales reviste su Divinidad, para permanecer nueve meses en el seno materno, nacer virginalmente y así donarse como Pan Vivo bajado del cielo, como Eucaristía, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad ocultos bajo apariencia de pan.
Este es el sentido, entonces, de la presencia de una genealogía tan larga en un libro religioso e histórico, al mismo tiempo, como es la Biblia: constatar el ingreso del Verbo Eterno de Dios en la historia humana y su Encarnación.
Ahora bien, si este hecho de la Encarnación es admirable y nos deja maravillados y sin palabras, hay algo que lo supera –si es que hay algo que pueda superar a la Encarnación del Verbo-, y este hecho es la Santa Misa, porque la admirable Encarnación del Verbo se prolonga en la Santa Misa, en la Eucaristía, cuando el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración, porque por el sonido humano emitido por el sacerdote, se transmiten las palabras, pero por las palabras, en ellas y a través de ellas, se comunica y se transmite el Verbo de Dios, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, quien es el que convierte las substancias del pan y del vino en las substancias de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y es así como, de esa manera, el Verbo de Dios Encarnado, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, en la Santa Misa, por las palabras de la consagración, por la Transubstanciación.

Por todo esto, nos postramos en adoración, con el corazón lleno de sagrado estupor, de alegría y de amor, ante el Verbo de Dios que se encarna en el seno virgen de María, que nace en Belén, “Casa de Pan”, y que prolonga su encarnación, donándose como Pan de Vida eterna, en la Eucaristía, y junto con la Madre de Dios, lo adoramos, lo bendecimos, le damos gracias.

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