lunes, 9 de febrero de 2015

“Con solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados”

Jesús curando enfermos
(Gustavo Doré)

“Con solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados” (Mc 6, 53-56). Jesús llega con sus discípulos a Genesaret y comienza a “recorrer la región”; la gente lo reconoce, e inmediatamente van a buscar a sus enfermos, quienes, en gran cantidad, quedan curados “con solo tocar los flecos de su manto”. Jesús cura a muchos enfermos, curando con su omnipotencia divina a los que se encuentran afectados de diversas dolencias corporales. Jesús cura absolutamente todas las enfermedades del cuerpo y lo puede hacer, precisamente, por su poder divino. Ésa es la razón por la cual, dice el Evangelio, “los enfermos se curaban con solo tocar los flecos de su manto”. Ésa es la razón por la cual uno de los nombres de Jesús es el de “Médico Divino”, porque su poder divino es capaz de curar absolutamente todas las enfermedades de la humanidad. Sin embargo, y contrariamente a lo que pudiera parecer por la lectura de este párrafo del Evangelio, Jesús no ha venido a simplemente curar las enfermedades corporales que afectan a la humanidad. La enfermedad corporal –propiamente corporal, o mental-, es una imagen de otra afección del hombre, esta vez espiritual, que daña principalmente el alma del hombre, y esa afección es el pecado, el cual es al alma lo que la enfermedad al cuerpo. El pecado es una mancha oscura que envuelve en tinieblas las potencias del hombre, ante todo su inteligencia y su voluntad, y es así como al hombre, caído en el pecado, le es sumamente arduo descubrir la Verdad y obrar el Bien, con lo cual incluso hasta la imagen de Dios en el hombre, la libertad, queda comprometida. Además, el pecado, al ser tinieblas en sí mismo, no solo oscurece las potencias intelectiva y volitiva del hombre, sino que lo envuelve, a modo de un denso y oscuro manto espiritual, impidiendo que al hombre le lleguen los benéficos rayos de la gracia de parte de Jesucristo Dios, Sol de justicia y, en consecuencia, le cierra las puertas del cielo. Es esta afección espiritual, el pecado, la cual ha venido Jesucristo a erradicar del alma y no solamente la enfermedad corporal, y Jesús erradica el pecado al altísimo precio de su Sangre derramada en la cruz, porque es esta Sangre la que, vertiéndose en el alma por medio del Sacramento de la Penitencia, le quita todo rastro y huella del pecado, dejándola brillante, pura y santificada, con la misma santidad divina.

“Con solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados”. Análogamente, y parafraseando al Evangelio, se podría decir del Sacramento de la Penitencia: “Con solo decir sus pecados al sacerdote ministerial, sus almas quedaban curadas de todo pecado”. Es para quitar los pecados del alma, y para concedernos su filiación divina, para lo que ha venido principalmente Jesucristo, el Cordero de Dios.

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